21 enero, 2011

Mi cielo

¡Existe la luna!, eso me dije cuando tenía ocho años. Era 31 de octubre y había un enorme círculo en el cielo, rojizo. Me impresionó tanto que no dejé de mirarla en todo el rato que tardamos en llegar a mi casa (sí, la vi por la ventana del automóvil). Y seguía impresionándome que, a partir de esa vez, comencé a mirarla diario. Conocí la luna. Anhelé la luna. Deseé vivir en la luna. Y sólo no me enamoré de ella porque consideraba que era mejor que fuéramos amigas.

Comencé a pedirle deseos. Y algunos se cumplieron. Y fue tanta la complicidad que un día, de esos en que el mundo se derrumba y no existe nada mejor que aislarse de todo, me fui a verla. Exclusivamente. Me puse una enorme chamarra pues ya era de noche. Mi bufandita. Mis auriculares con mi reproductor (la música no podía faltar). Salí de casa sigilosamente y, una vez afuera, corrí.

No corrí mucho, sólo unos cuantos pasos, los suficientes para ir a la zona del jardín donde no daba la luz. Si alguien se asomaba por la ventana no lograría verme. Me recosté en el pasto. Puse música y miré. Pero… no había luna. Era uno de esos días en que estaba en su etapa de luna nueva. Fatal. Iba a pararme y huir a mi habitación, de nuevo, pero una luz brillante me detuvo.

Y vi que había muchas luces brillantes. Muchos puntitos. Bastantes. Millones. ¡Miles de millones! ¡Existen las estrellas!, me dije. En mi plano visual primero estaba una y luego otra y otra y otra más. Y no podía contarlas. Bien que llenaban la ausencia lunar. Miré el cielo. Algunas veces ya lo había visto pero no había reparado en que ESTABA ahí.  S I E M P R E. Arriba de nosotros, o abajo, o a un lado, como se quiera ver. Alrededor de nosotros. De mí.

Lo miré tanto que comenzó a pandearse. Y se pandeaba tanto que de pronto sentí que me caía en él. Si el cielo fuera el vacío no me daría miedo soltarme a lo desconocido. Me sentía en una película de 3D y eso que aún no había visto alguna. Un hormigueo me recorrió. La sensación de soltarme fue tan fuerte que sí… me solté… Sólo, dejé de aferrarme al pasto. Dejé de querer estar en casa. De querer estar en mí. O en ellos. O en algo. Caí…

Y la maldita gravedad me retuvo. Lloré. Lloré bastante. Ahí estaba mi cielo, sobre de mí, debajo, a un lado. Envolviéndome. Y yo tenía que contentarme con mirarlo. Nunca había estado tan  f u e r a  de mí. Tan cerca del cielo, literalmente. Mi madre salió a buscarme, estaba preocupada. Y al levantarme comprendí que todo en la vida era realmente gracioso. Tenía un universo entero y yo me molestaba por tonterías.

Por eso amo mirar el cielo. Lo amo de verdad. Es una de mis aficiones que no cambiaría por nada en este mundo.

 

 

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P.D. Quiero escribir más en mi blog y por eso, robándome cabalmente la idea de Hermes, he decidido que el primero en comentar dirá el tema de la próxima entrada o me hará una pregunta (como él/ella prefiera) que a su vez será respondida en el próximo post. Ah, y claro, no se aceptan anónimos. ¡Gracias por seguir leyéndome!

19 enero, 2011

La cicatriz

Gaby tiene siete años y duerme con un pan dulce en la mano. No se lo terminó antes de que le agarrara el sueño y ahora sueña que lo come. Sabe delicioso. Entonces, de la nada, surgen unas enormes tijeras y empiezan a cortar el pan. Gaby no hace nada, sólo observa cómo las tijeras deshacen el pan hasta que se acaba. Ella cree que esas tijeras se detendrán. Pero no, continúan cortando y siguen con su mano.

Comienzan a rasgarla.

Duele.

Gaby no sabe cómo detenerlas.

Duele más.

Abre los ojos.

Frente a ella está una enorme rata mordiéndole la mano. Está llena de sangre. Gaby grita estrepitosamente y en el acto la rata se echa a correr. Comienza a llorar. Sus padres van a ver qué pasa. La madre se asusta porque Gaby tiene la mano envuelta de sangre. La bajan de la cama. Mientras la madre la cura, el padre va en busca de la rata.

Menos de una hora después el padre logra dar muerte a la rata. Gaby se rehúsa a verla.

Luego la llevan al DIF. Le vendan la mano y le dicen que no debe usarla en una semana. Para colmo fue la derecha.

En esa semana Gaby aprende a escribir con la mano izquierda. Deja de decir que una rata la ha mordido porque descubre que es motivo de burla para sus compañeros. ¡Ahí viene la que fue mordida por una rata! ¡No fue un perro, no fue un león, fue una rata! Gaby se siente realmente mal. Después de esa semana le quitan la venda, quedó una pequeña cicatriz, marca donde la rata clavó su mandíbula.

Y ya.

Sólo que curiosamente, desde ese suceso, nunca jamás la ha mordido otro animal, ni rasguñado, ni picado, ni atacado, ni nada. Bueno, una vez un perro la correteó y la hizo dar cinco vueltas a la misma calle, pero ésa es otra historia.

13 enero, 2011

El Ades

Él era un chico común y corriente. Le gustaba el fútbol, no iba bien ni mal en la escuela, tenía amigos y mucho pegue también. Era espontáneo. Le gustaba el grafiti. Le decían “El Ades”.De hecho lo conocí porque me confesó que él había sido quien había grafiteado la barda de mi casa. Cuando yo me sentía mal me compraba dulces. Cuando anotaba goles me los dedicaba.

Recuerdo esas tardes en que salíamos en bicicleta rumbo a un campo cercano para jugar fútbol. También jugábamos básquetbol. Nos volvimos confidentes. Lo obligué a que fuera mi chambelán. Fue el único que se atrevió a decirme en mi cara que yo era una payasa. Me quitó muchas vendas de los ojos. Los tres años de la secundaria siempre estuvo para mí. Unos días antes de salir me confesó que estaba enamorado de mí. Yo no lo podía creer. Fue un buen amigo. Fue mi mejor amigo.

Luego salimos de la secundaria. Entonces descubrí que no pertenecíamos al mismo mundo. Se fueron, ¿cómo dicen?, trazando los caminos. Tomamos rumbos distintos. Descubrí que él no tenía aspiraciones. La vida era rutina. Dejó de estudiar, engordó, hasta se casó. Los primeros años luego de la secu cuando nos veíamos en la calle nos saludábamos y platicábamos un poco. Luego de su arrejuntamiento ya sólo nos hacíamos un gesto de saludo. Nos distanciamos mucho. Bastante.

Hoy me enteré que está hospitalizado. Tiene anemia y lo van a dializar. La noticia me sonó lejana porque en mi mente estaba la imagen del chico guapo y entusiasta que me decía cosas bonitas. Descubrí que he perdido varios buenos amigos tan sólo por el descuido, por no ir a buscarlos, por no llamarlos, por encerrarme en este MI mundo que cierro a muchos por miedo a la traición o a las responsabilidades. Siempre he dicho que prefiero estar sola.

“El Ades” es una gran persona. Su entorno familiar y económico lo llevaron a una vida difícil, monótona, tuvo que hacerse adulto. Me acuerdo que cuando me dijo el nombre de su hija me burlé bastante. América. Porque le iba a ese equipo de fútbol. Luego me sentí mal y no supe cómo pedirle disculpas. Mi mamá dice que los dializados no duran más de tres años. Mi abuelo murió al mes de ser dializado. Estoy triste porque El Ades realmente forma parte de mi vida como persona presente y pensante. La próxima semana iré a visitarlo.

Le voy a sonreír.

06 enero, 2011

Zumba la mente

La chica está caminando por el parque con su novio. Platican de muchas cosas y a la vez de ninguna. Si hubiera un micrófono que diera voz a los pensamientos que transitan por sus cabezas se oirían cosas como: “Rayos, ya quiero besarte”, “Esperaré que pase esa señora con su hijo y luego te daré un beso detrás de lo oreja, quiero sentir cómo te estremeces"…”, “¿Por qué vinimos al parque? ¿Por qué mejor no fuimos a un lugar más solitario donde no hubiera gente que nos mirara y nos llamara ‘impúdicos’?”

Zumba la mente. Por fuera las bocas emiten palabras mejor acomodadas y probablemente mejor pensadas:

—Ya  extrañaba pasear contigo por el parque. –dice ella.

—Yo también, amor.

03 enero, 2011

Fogata

Las llamas nos dicen cursis. Perdidos. Ilusos.

Nos llaman enamorados. Niños. Jóvenes.

Parece que somos personajes de algún cuento de hadas.

Príncipe y princesa.

O mejor, ELLA Y ÉL.

O mucho mejor, TÚ Y YO.

Todos los adjetivos y los sustantivos y los verbos se queman como troncos en la fogata. Surge un fuego cálido y hablante: las llamas susurran nuestros nombres, pero como las llamas son principiantes en la pronunciación del lenguaje, apenas crepitan las ramas. En un momento tu nombre se oye claro. En otro, el mío. En otro más, el de ambos.

Esta fogata que nos mira mientras nos damos un beso.

Que nos observa cálidamente / tiernamente / sinceramente / llameantemente.

 

Amor, prendamos otra fogata con el calor de nuestro amor.