21 febrero, 2013

El animal nocturno

El otro día un perro negro llegó al techo de mi casa y no dejaba de dar vueltas. Recé mucho, pero no se iba. Gruñía como molesto por algo, me dio mucho miedo. Aseguré mis ventanas y me quedé escuchando sus pasos un buen rato hasta que me agarró el sueño. Al día siguiente mi techo tenía sangre regada, me asusté de veras. Un vecino me dijo que era el animal nocturno, que anda en busca de alguien a quien morder. Muerde y se lleva las almas. Mata sin consideración. Por la noche me cubrí con más de siete cobijas y tomé el rosario entre mis manos, pero no funcionó. A las doce en punto estaba de nuevo ahí, gruñía y rascaba el techo de mi habitación. Luego oí a alguien gritar de terror en la calle, me hice bolita y cerré los ojos con fuerza. En la mañana me dijeron que sí, que había un animal nocturno custodiándome, que tuviera cuidado, que echara agua bendita, que rezara no sé cuántos padres nuestros, que pusiera una cruz en mi puerta. Me puse muy nerviosa.

La noche cayó nuevamente e hice todo lo que me recomendaron. Pero de nuevo se encontraba ahí. Dio vueltas en mi techo y luego me habló. Ven conmigo, dijo con voz de perro. No quiero, respondí con voz temblorosa, cuidando que no pudiera entrar. Debes venir conmigo, habló de nuevo y me asusté tanto que hasta las lágrimas se me salieron. No quiero, reafirmé. Entonces un viento fuerte vino, los cristales de mis ventanas se estremecieron. Arriba dejaron de oírse gruñidos. ¡Ven conmigo!, ordenó la voz de un hombre, se escuchaba al otro lado de la puerta. Retrocedí con la cruz entre mis manos. La manija comenzó a girar, grité. Di vueltas de la desesperación y luego lo único que se me ocurrió fue escapar por la ventana. Salté.

Antes de caer al suelo caí en el lomo de un animal enorme. Se trataba de él. Trotaba con fuerza y rapidez, quise tirarme a los lados, pero algo me mantenía sujetada a su cuerpo. Tenía una larga herida en el vientre y cada que saltaba iba dejando un rastro de sangre. La gente que nos vio pasar se quedaba anonadada. ¡Se la ha llevado, el Animal se la ha llevado! Muchas chicas caían desmayadas. Era muy tarde. Trotó hasta llegar a unos matorrales en el cerro cercano. Yo temblaba de miedo. Me hiciste esto, ahora arréglalo, dijo señalando con su mirada de perro la herida del vientre. No sé de qué hablas, respondí apenas con voz. Ayer me heriste, cuando peleamos.

¿Peleamos?

Peleé con un hombre la semana pasada, apuñalé su vientre muchas veces. Es lo que sé. Pero también sé y estoy segura de que fue sólo un sueño. Volaba alto sobre la ciudad cuando ese hombre comenzó a perseguirme, volaba más rápido que yo y me atrapó y caímos cerca de un río. Quiso golpearme en el pecho para quitarme la vida. Yo lo apuñalé con una especie de espada que salió del agua. Él flaqueó y yo desperté.

Miré al enorme perro que poco a poco iba convirtiéndose en humano, una transformación muy lenta, pero real. ¿Qué hago? ¿Qué debo hacer?, supliqué. Déjame golpearte, fue su respuesta. No había salida. Se volvió un hombre, pero muy alto y apenas visible. Preparó su puño y me golpeó en el pecho. Sentí que mi cuerpo era un tambor, mis mismas ideas retumbaron. Las ondas de su propio golpe lo lanzaron lejos de mí. Supe entonces lo que tenía que hacer. Me acerqué a su cuerpo débil y sangrante y le pegué en el corazón. El hombre se hizo añicos, como si fuera de vidrio. Yo salí triunfante.

Al día siguiente, obviamente, su cuerpo había desaparecido. Nadie me creerá que yo lo maté. No me importa, vendrán más porque hoy fue toda una legión de hombres la que me persiguió mientras soñaba. No sé por qué les interesa tanto matarme, pero sé que terminaré con todos. Ahora iré a asegurar mis ventanas, quizá hasta compre una pistola. Esto se va a poner bueno.

12 febrero, 2013

Memorias de Juliana

Ese día llegué tarde, no había sido un buen día. Luego de la escuela y de verme con mis amigos terminé en la puerta de su casa, no sé por qué. Di unas cuantas vueltas antes de tocar, pero finalmente no me atreví. Me quedé mirando la luz del televisor que se filtraba por la ventana. ¿Por qué me dolió tanto quedarme ahí parada? También me niego a saberlo. Mis dedos estaban cerca, muy cerca del timbre, pero el corazón palpitaba de una forma extraña. Es decir, dolía mucho tener que hacer eso, dolíame en el alma tener que ir, tocar su puerta, pedirle perdón y abrazarlo nuevamente. Eso no estaba en la lista de cosas que yo podría hacer, no estaba. Y si no estaba y si no lo iba a hacer de todas formas entonces significaba que no lo amaba lo suficiente. ¿Por qué dejé que los minutos me desgarraran durante tanto tiempo? Me fui a casa sólo hasta que su vecina salió y me preguntó qué quería. No le contesté. Volví a hacer mis listas mentales, esas que tanto me repetí para poder olvidarlo. Destacaban el hecho de que no me ponía suficiente atención, el hecho de que simplemente no nos comprendíamos. Y si era de ese modo, ¿entonces por qué seguía doliéndome? ¿Qué especie de amor era esto? Saberlo imposible, lejano y aún así continuaba lacerando mis días y mis noches. ¡Qué mal me sentía! Llegué llorando a casa y no saludé a nadie. Me fui a ahogar en mi propio mundo de tristezas. ¡Cuánto lloré el no tenerlo! ¡Cuánto lloré mi miedo a tenerlo nuevamente! ¡Cuánto! Y luego me quedé dormida. Cuando desperté todo seguía igual. No sabía bien hasta cuándo comenzaría a cambiar mi vida.

Fragmento de Tiempo Predestinado

07 febrero, 2013

El camino a casa

Es la hora azul y la tarde tiene ese color que tanto me gusta, entre azul y rojo, tonos perlados, violetas, una locura. Detengo el paso, quiero quedarme y mirar. Calla, callen todos. No hablen, no caminen, no se muevan, este es un momento sublime. Tiempo, estáncate. Permite que por un momento me vuelva el ser más denso, que mis pensamientos y todo lo que me compone se haga pesado y caiga y se derrame y se evapore. Que los últimos rayos del sol me lleven hasta el campo claro que se extiende sobre mi cabeza.

Mi cabeza, tanto que ha venido guardando e hilando sin razón alguna. El momento ha pasado y ahora todo sigue en marcha. La noche cae lentamente y yo siento frío, de ese frío suave que se cuela debajo de la ropa y recorre todo el cuerpo como en susurros. Ay, cuánto te extraño. Quiero ir corriendo a ti y contarte lo que siento. Quitarme toda la ropa y todas mis palabras y decirte: Mira, mira bien, que sólo así me describo. Pero qué loca estoy, se hace tarde. Me detengo otro momento para ver cómo el sol se va por la colina, ¡el sol! ¡el sol enorme y maravilloso! ¡Adiós, Sol, adiós, salúdame al Universo!

¿Pero qué me pasa? ¡Me siento tan ligera! ¡Oiga, señor, deténgame la mochila que ahora mismo me voy con el viento! Mis cabellos se dejan llevar con la brisa del atardecer, ahora el cielo es azul y gris y como plateado. Y creo que soy capaz de adecuarme a sus colores y volverme toda yo invisible. Invisible. Completamente invisible, te digo.

Y llegar a tu lado, rodearte con mis brazos, besarte la frente, susurrarte: Gracias, gracias porque nunca antes había amado tanto y nunca antes me había sentido tan libre. Y luego caer exhausta por el vuelo inesperado, sentir tu sonrisa, tu mano acariciando mi rostro mientras me dices: Duerme, el día estuvo largo, ya estás en casa.