15 febrero, 2023

Algo interesante

 —Cuéntame algo interesante.

—Lo más interesante que me ha sucedido últimamente es despertarme con ganas de iniciar el día. Me lavo la cara, preparo mi café, escribo a mano alrededor de media hora. Luego desayuno. Luego me siento en el portal a estudiar inglés. Después de eso lavo los trastes o avanzo en mis tareas pendientes. Tomo pausas cada cierto tiempo en las que hago ejercicios de respiración o juego ajedrez o juego con Nubecita. ¿Eso te parece interesante?

—Lo es. Es algo muy lejos del drama, de la tristeza o la desolación.


—Es verdad, siento paz.


—¿Por qué será que la paz no está relacionada con lo interesante cuando es algo que todas las personas perseguimos?


—Creo que nos acostumbramos a pensar que las vidas dignas de ser vividas tienen que atravesar mil obstáculos. La tranquilidad está subvalorada, pero es realmente complejo llegar a ella.


—Y, sin embargo, es posible alcanzarla.


—Justo. Creo que lo más interesante que me ha pasado últimamente es saberme viva todos los días, saberme en un momento irrepetible, ser testigo consciente de la fugacidad que habitamos, del milagro de mi cuerpo y mi mente. Y entonces me basta eso para ser feliz, realmente feliz.


09 febrero, 2023

Acerca de vidrios transparentes

 Hablemos de vidrios transparentes, de esos que apenas se perciben. Existen, pero sólo lo sabemos por dos situaciones: estás prestando demasiada atención a lo que te rodea y entonces notas que ahí hay algo, que estás mirando a través de un cristal. La otra razón es que chocas contra él. Estás distraída, no había manera de percibirlo. Hay vidrios que se rompen ante el contacto con las cabezas que están perdidas, ante el contacto con los cuerpos que van aprisa, más rápido, más, la vida no espera. Otros resisten con su claridad impoluta. Son admirables: Los vidrios y las personas que los perciben antes de estrellarse contra ellos. Estaba pensando en vidrios transparentes porque lavé todas las ventanas de mi casa. Parecía una tarea complicada, pero me bastó un video de quince segundos para entender cómo se hacía. Quince segundos, la vida es realmente veloz. Sin embargo, tardé aproximadamente una hora en limpiar cada ventana. Primero porque son grandes. Segundo porque era mi primera vez. Pero la tercera razón es la más importante: En verdad me esforcé para que quedaran transparentes. Y aunque esa palabra me recuerda a las campañas políticas y su eslogan de “proceso transparente”, en verdad sentí que entendía el significado de ella cada vez que podía mirar a través de los vidrios sin algún tipo de mancha.

No soy la primera ni seré la última en relacionar la transparencia de los cristales con la transparencia propia. Y es que, bajo el cliché de que “los ojos son la ventana del alma”, en verdad creo que limpiar el cristal que me contiene es una tarea de paciencia, disciplina y convicción. Para limpiar las ventanas no se necesita más que agua, jabón, un jalador y un trapo. Para limpiar mi propia fragilidad necesito fuerzas. Necesito compasión. Me gusta imaginarme como ese ser de vidrio que más allá de romperse, es transparente. Miras a través de él como si fuera invisible, pero no lo es. Y en esa transparencia las cosas adquieren otra perspectiva. No sabría decir si lucen más claras o ligeramente deformadas, el caso es que lucen distintas. En el ejercicio de limpieza remuevo telarañas mentales, polvo acumulado de pensamientos pensados mil veces, mugre de palabras que me hirieron, manchas de distracciones que empañan mi presente. Si demoré una hora con cada ventana de mi casa, ¿cuánto es el promedio de tardanza en la limpieza del cristal que me conforma? Siento que llevo meses haciendo esto: dedicándome a la limpieza. Casi no hago nada más, es una tarea realmente cansada.


Pero, justo como el hecho de lavar las ventanas, la tarea viene acompañada de satisfacción y claridad. Valió la pena cada refriega. Valió la pena lastimarme las manos por no tener cuidado. Valió la pena informarse al respecto. La transparencia reluce y me consuela. Habito la claridad, me encargo de mi propia claridad. Soy la adulta responsable del mantenimiento de este cristal que soy yo. A veces me desespero, realmente me desespero y me dan ganas de gritar, romperme toda, hacerme añicos. Por fortuna, cada vez es menos ese impulso porque cada vez es más constante el ejercicio de limpieza. Conozco mejor ahora este material del que estoy hecha, la forma de esta ventana, consciencia de lo enorme y preciosa que es. Pienso que me pone triste esta analogía: wow, cuánta creatividad, compararse con los vidrios. Pero aún en esa ironía encuentro alegría: este es el cristal que yo soy, esta es mi limpieza, estas son mi claridad y mi transparencia. Y me siento realmente contenta de aprender a cuidar de ello. Ahora es posible mirar más lejos y mejor, a través de mí.