23 agosto, 2022

En medio de una carcajada

 Le pidieron a la niña que se peinara, que cuidara de no arrugar su uniforme, que procurara mantener una expresión alegre. No habría otro día para tomar las fotografías escolares. Así que ella obedeció. Durante la mañana se mantuvo lo más quieta que pudo. Sus compañeros comenzaron a molestarla: muévete, a que no te ríes, te vamos a despeinar. Ella respiró recurriendo a toda la paciencia que su cuerpo de diez años podía contener. Era mucha. De lejos la niña lucía como una estatua. Es un trabajo difícil ese de no moverse, pensó ella y, de pronto, sintió compasión por las piedras. 

El fotógrafo llegó como a las once. Los niños se emocionaron, algunos pidieron permiso para ir al baño y mirarse en el espejo, a ver qué podían arreglar. La niña sonrió, estaba segura de que seguía pulcra: la quietud también tiene sus frutos.


El fotógrafo preparó el espacio: un rincón con el fondo azul para tomar las fotos. Dispuso un banquito en el centro. Le pidió a los niños que se formaran por orden alfabético. Paciencia y más paciencia.

Cuando llegó el turno de la niña, su mirada se posó en la lente… 


¿Qué habrá sido? ¿Lo ridículo que era mantener una expresión seria ante el mundo, cuando éste exigía la alegría? ¿La certeza de que esa fotografía representaría sus diez años de vida y, por tanto, sentir que no valía la pena recordar algo que no era? ¿Habrá sido el cansancio de haberse mantenido inmóvil? Quizá todo eso. El fotógrafo hizo clic y, al revelar la foto, vio a la niña en medio de una carcajada.


09 agosto, 2022

Poema a destiempo

Salí contigo, miré tus ojos y tus manos.

Escuché tu risa, leí tus pensamientos.

La vida es un poco de esta compañía,

un poco de nuestra charla

y la espera.


El tiempo no existe,

pero nosotros estamos.

El tiempo no existe,

pero te veo.


Este andar tranquilo por el mundo

tiene todo el sentido

cuando eres tú

quien sostiene mi mano.


07 agosto, 2022

Besar a un extraterrestre

 No pensé que él vendría a verme, pero lo hizo. Cuando abrí la puerta y vi que era él, algo se detuvo. Él sonrió y preguntó si podía pasar. Le dije que sí. Lucía nervioso y yo seguía sorprendida. Lo invité a sentarse en la sala, le ofrecí una taza de té. Le pregunté cómo es que se había decidido a venir. Dijo que simplemente lo hizo, no lo pensó mucho. Pudiste no haberlo pensado desde hace mucho tiempo, dije a mis adentros. Comenzó a hablar de lo mal que lo había pasado, de lo mucho que me extrañaba, de todas esas pláticas nocturnas, que no podía creer que hubiéramos perdido el contacto y no sé qué más. Mientras él hablaba, yo lo miraba. Era muy guapo, estaba convencida de ello. Tenía algo en su rostro que lo convertía en una persona coqueta, alguien que me hacía temblar. Estuve enamorada de él mucho tiempo, pero ahora no estaba muy segura. Él seguía hablando y entonces me preguntó: ¿Puedo quedarme hoy contigo? Yo titubee. Como para qué, tuve ganas de decirle. Pero más bien hice un gesto de pensarlo. Algo como fruncir los labios y cerrar levemente los ojos. Te lo digo en serio, me dijo, no quiero perderte, quiero que volvamos a ser amigos. Y esa frase habría estado muy bien en un momento pasado, pero ¿ahora? Ahora yo no quería ser su amiga. Ahora yo ya no pensaba en él, ni siquiera estaba segura de que todavía me gustara, aunque me siguiera pareciendo muy guapo.

Por favor, insistió. Me pareció tan raro que dijera eso. ¿Era la misma persona? Comencé a sospechar si no era un extraterrestre o algo parecido, que había tomado posesión de su cuerpo o se había transformado en él y ahora venía a decirme todo lo que siempre quise escuchar. Sonreí. Está bien, quédate, acepté. Él volvió a sonreír. Yo me sentí bien, no podía echarlo a la calle y hacerlo regresar de donde vino. ¿O sí? Pero, bueno, siempre estaba la posibilidad de que fuera un extraterrestre y, en ese caso, me daba mucha curiosidad. Quería conocerlo. Me dio risa mi ocurrencia.

Él se acercó. ¿Qué haces?, pregunté. Quiero besarte, ¿puedo?, dijo con esa voz que escuché durante tantas madrugadas. ¿Quiero besarlo? A él, no estoy segura. Pero si es un extraterrestre, ¿por qué no? ¿Quién puede presumir de una experiencia parecida? Accedí. Nuestros labios se encontraron. Fue un beso lento. Un beso con cuidado. Sentí que me quería, sentí que era verdad que me había extrañado, sentí que no era un extraterrestre. Y entonces me separé. ¿En qué pensaba? Él había fallado de tantas maneras, él ya había salido de mi vida. Quiero besarte otra vez, me dijo. Yo no, respondí. Por favor, acomoda tus cosas, dormirás en la sala y espero que el resto de tu estancia podamos convivir como los buenos amigos que podemos ser. ¿Sólo amigos? Claro que sí, sólo amigos.

A menos que seas un extraterrestre.

05 agosto, 2022

Siete minutos

 Tengo siete minutos para escribir algo rápido que venga a mi mente, así que me disculpo de antemano si nada de esto tiene sentido. Lo primero que aparece es que ¡adoro esa canción de Jimin! Se llama Serendipity, habla de la dicha de encontrarse con alguien a quien quieres mucho. Una especie de milagro aterrizado. Es decir, sí es parte del destino pero no es algo de un carácter exactamente mágico, sino más bien de un carácter lógico. Es lógico que las vidas se encuentren. Es lógico y dichoso que yo pueda estar pisando esta tierra y sea amiga de mis amigas, hija de mis padres, hermana de mis hermanos. Sigo escribiendo aunque veo que me he comido algunas letras, todo eso será corregido. Es una de las principales diferencias entre la vida y la escritura: la corrección. El tiempo avanza y tengo la misión de concluir este escrito. Me quedan cuatro minutos. Tengo el cerebro algo embotado, noto que no he pensado tanto como me gustaría. Noto que he cedido mucho a la tristeza últimamente. Noto que BTS me hace feliz casi rayando en lo ridículo, pero es inevitable y lo agradezco. ¿Qué más? Ha caído la noche. Me gusta esa expresión: Ha caído la noche. Se extiende alrededor de mi casa, afuera de mi habitación, dejando ver su cielo oscuro a través de mi ventana. Tres minutos. ¿Qué tan rápido puedo pensar? Es que una cosa es tener pensamientos aleatorios y otra muy distinta llegar a conclusiones: razonar. Creo que ya no sé razonar. Sólo quiero que alguien me abrace y alguien que se preocupe por mí. Alguien que me escuche. ¿Podría ser yo esa persona para alguien más? Conozco la respuesta. Dos minutos. Parece que mi mente se quedó divagando en ese último pensamiento, pero no le quiero dar mucha importancia. Eso hago, darle vuelta a lo que me incomoda. Huyo. He pensado mucho en eso, en mi habilidad para fugarme de donde no me siento cómoda. Eso no es algo necesariamente negativo, pero en exceso por supuesto que sí lo es. Un minuto. Mejor dejaré esto e iré a bailar, a leer, a pensar en otras cosas. Suena la alarma. Se acabó el tiempo. Esto es lo que surgió y que ahora ha quedado plasmado.

03 agosto, 2022

Salí a buscar pericón

 ¿Cuántos intentos se necesitan para encontrarte? Toda la vida he pensado que estás en un lugar al que tengo que llegar, pero la travesía se complica. A veces dudo de tu existencia, a veces simplemente no tiene sentido. Pero recuerdo todo eso que sentí la primera vez que supe de ti y elijo creer que esto se trata de alcanzarte. 

Hoy fui a la tienda, caminé casi un kilómetro buscando una hierba que nadie vendía. Por un momento te comparé con esa hierba: pericón. Le da sabor a los elotes hervidos y sé que tú podrías darle sabor a mi vida. Pero ninguna tienda tenía; todos decían que en otro momento sería más sencillo encontrarla. ¿En qué momento? Esa concepción del tiempo me altera. No hay tiempo, esa idea de él que tengo en mi cabeza nunca va a llegar. Es solo una idea. Siento como si caminara por la calle conocida, buscándote en todos los rincones, con la esperanza puesta en días que no van a existir.

Mientras caminaba, traté de identificar todos los sonidos que llegaban a mis oídos: automóviles pasando, los pájaros saludando desde las ramas, fragmentos de conversaciones de las personas que caminan, una que otra radio encendida, una que otra canción que se cuela en el ambiente. El sonido del viento. El sonido de los pasos sobre el asfalto. ¿Qué estarás escuchando tú ahora mismo? ¿Cómo es donde tú vives? ¿Es como aquí? Un municipio en el Estado de México, en un país llamado México, en un continente llamado América, en un planeta llamado Tierra. ¿Cómo podrías definir ese lugar que habitas?

Me gusta pensar que se puede parecer a un bosque. Me gustan los bosques con sus árboles altos, el suelo tapizado de hojas, los sonidos de los cientos de especies animales que los habitan. Me gusta mirar hacia arriba y ver obstruido el cielo por las ramas. La luz del sol que encuentra huequitos para colarse. El olor a humedad, al color verde. ¿Vives en un lugar así? Tengo la sensación de que sí porque ese tipo de sitios brindan mucha paz y tengo la sensación de que tú habitas la tranquilidad.

Sigo caminando, no hay pericón. No estás tú. Sigo caminando por una calle asfaltada, mientras pienso en los bosques. Pensarte me da ánimos; aunque, te digo, no estoy segura de que existas. Sin embargo, si tanto te estoy delineando, si hasta estoy describiendo un posible lugar que es habitado por ti, de alguna forma ya estás acá. ¿Qué es la existencia? Yo también podría ser el resultado del pensamiento de alguien. Dicen que somos producto de la imaginación de Dios. ¿Tienes consciencia de ti? ¿Tienes un cuerpo? ¿Qué es lo que sueles comer? Tengo muchísimas preguntas. Tantas preguntas que sonrío mientras sigo buscando el pericón.

Ahora me enfoco en la vista. ¿Qué veo? La calle que se tiende frente a mí, el color deslavado de los automóviles que pasan, los rostros de las personas (muchas traen el ceño fruncido), el color vívido de las verduras y de las frutas. Veo a los niños que salen del kinder, son tan pequeños y tan sonrientes. Veo hacia el frente, siempre hacia adelante. ¿Por qué? No se me ocurre mirar a otro lado. ¿Qué ves tú ahí donde estás? ¿Cuál podrías decir que es lo más sorprendente en un radio de cinco metros? Yo me detengo para considerarlo, ¿qué puede ser? Es que, si quiero ser intensa, podría decir que todo. Todo es sorprendente, hasta esa basura tirada en el suelo. Pero no quiero ser intensa, quiero ser exquisita. Quiero hacer una verdadera clasificación entre lo que me sorprende y lo que no. ¿Qué puede ser? ¿Qué es lo memorable? Estoy pensando. 

Tal vez… tal vez lo sorprendente son esos dos niños que han salido de la escuela y regresan a sus casas en bicicleta. Me parece sorprendente porque se nota que disfrutan el paseo. ¿Has andado en bicicleta? Si vives en un bosque, quizá tu bicicleta sea especializada. O tal vez no tengas. Pero yo creo que sí, porque la bicicleta es uno de los mejores inventos de la humanidad. Veo que esos niños sonríen, sienten el viento en sus rostros, aumentan la velocidad, sueltan el manubrio. Sienten eso que llamamos libertad. Sí, creo que eso sería lo sorprendente de este paseo. Salí a buscar pericón, pero no encontré. Y, en cambio, sonreí al ver dos niños yendo en bicicleta hacia sus casas.

Así que escuché y miré, mientras buscaba pericón. Pero aplica también si asumo que en realidad te estoy buscando a ti. La única diferencia, tal vez, es que no siempre tengo que caminar hacia ti. Hasta sentada e inmóvil parezco buscarte y buscarte y buscarte. Supongo que es una buena razón para existir: no detenerme hasta tener noticias tuyas. Las que sean. Me pregunto qué es lo primero que sabré de ti: ¿Tu nombre? ¿Tu edad? ¿Te encontraré con lágrimas en los ojos o con una sonrisa? ¿Qué canción sonará ese día? ¿Qué libros estaremos leyendo? ¿Te caeré bien? Sé que sí, pero de cualquier modo el miedo me invade.

Te admiro desde ya porque sé que eres mejor que yo. Y al mismo tiempo sé que tú pensarás exactamente lo mismo. Que somos personas magníficas y es una verdadera dicha coincidir y no desistir hasta llegar a este momento en que nuestros caminos se han vuelto uno. Hasta me emociona pensar en esa posibilidad. Me parece, te decía, una muy buena razón para mantenerse con vida. Así que, aunque no sepa bien dónde estás ni cómo luces, aunque a veces dude de que existes, no hay cabida en mi mente de que no nos encontraremos.

Quizá suceda hasta el día en que daré mi último aliento. Quizá en eso consiste esto: aceptar que un requisito es encontrarte en el final de mi existencia. Pero aún eso valdrá la pena. Nos miraremos con agradecimiento. ¿Vendrás ese día de tu bosque con toda esa paz que habitas? Me consuela saber que puede que sí, que podrás sostener mis manos y depositarás ahí esa energía blanca. Yo sentiré su peso cálido y me la llevaré al corazón. Habré entendido. No sé qué cosa, pero siento que estar cerca del momento final nos devela misterios. Sabré muchas otras cosas que en este momento no puedo ni imaginar.

Me doy por vencida en la búsqueda del pericón, pero nunca me daré por vencida en mi búsqueda de tu existencia. Desde el momento en que supe que podrías estar en algún lugar, me aferré a ello. Así he caminado desde entonces.

Vuelvo a casa, informo de la falta de pericón. Hasta mañana se harán los elotes hervidos. Mañana que no existe, que se transforma en hoy en el momento exacto en que atravesamos la medianoche. Por siempre atrapados en el presente. Y, sin embargo, tenemos la sensación de avanzar. Y, sin embargo, siento que estás un poco más cerca, que solo falta un poquito. Un paso más. Una idea más. Un compromiso más. Todo, absolutamente todo me acerca a ti. De repente parece que te veo en el espejo, parte mía que es benévola, compasiva, alegre, en sintonía con ese bosque inmenso. Sé que existes, sé que dudo. Me cuesta mantenerte en el reflejo. Y camino para encontrarte, aunque me dices enfáticamente que no hay nada que buscar. Nada. El cliché se completa: Ese bosque inmenso que imagino no es más que mi propia mente, mi propia vida.