25 octubre, 2011

Sobre el arte de curar corazones

 

Busca un corazón roto

y asegúrate de que en verdad quieres estar con él,

puede funcionar con corazones que uno mismo ha herido.

 

Entonces

quédate con él a pesar de todo y todos, abrázalo, bésalo, quiérelo; ámalo sin miedo, sin condiciones, sin preocupaciones; búscalo, háblale, confía en él, lucha por él, piensa en que lo mereces, demuéstrale que estás dispuesto a  todo, sé sincero, sé honesto, sé capaz, piénsalo, recuérdalo, extráñalo; dile que lo quieres, no te detengas hasta que encuentres un verdadero alto, un rechazo inamovible. Míralo, disfrútalo, vive cosas nuevas a su lado; aprende de él, aprende con él, aprende por él. Reinvéntate, descubre cosas buenas y mejores, siéntete entero, siéntete feliz. Y en los sucesos difíciles no lo abandones, sé un apoyo, confía en que él puede ser tu apoyo, no lo sueltes de la mano. Los corazones rotos desconfían, muéstrale que eres confiable. No cures un corazón roto si tienes intenciones de romperlo después. Aférrate a él si en verdad lo quieres. Antes de buscarlo pregúntate si en realidad estarías mejor con él. Los corazones rotos son volubles, son necios, son escépticos, tenle paciencia, después de todo es tu decisión buscarlo y estar con él. Vuélvete, además, su amigo. Crea un vínculo poderoso. Llega a límites insospechados, estate dispuesto a dar amor, estate dispuesto a ser amado. Si lo heriste, discúlpate, no digas más. Los corazones rotos necesitan un “Lo siento” y actos que avalen las palabras. Y aún con todo esto no es seguro que un corazón roto se sienta bien y te siga. Necesitas ser un aventurero para darlo todo por él. Por eso remarco: Asegúrate de que en verdad lo quieres, asegúrate de que es parte vital de tu existencia, si no detente, si no vete. Los corazones rotos hieren, que no te dé miedo ser herido. Los corazones rotos ya no creen, muéstrale que eres verdadero. Y si buscas un corazón que te amó con intensidad pero lo heriste, confía en que el amor que se tuvieron es más poderoso que los errores. Cultívalo. Acompáñalo en esta vida larga y corta. Confía en ti.

Tal vez puedas curarlo, tal vez no.

Pero al menos no te quedarás con las ganas.

21 octubre, 2011

Sobre el arte de romper corazones

 

Gánate un corazón

y asegúrate que esté completamente enamorado de ti.

Entonces

abandónale, o guárdale indiferencia, o séle infiel, o miéntele, o golpéalo, o asfíxialo, o muéstrale inseguridad, o hazle pasar días pésimos, o duda constantemente frente a él, o haz que tus palabras digan cosas completamente distintas a lo que demuestran tus actos, o minimízalo, o muéstrale desconfianza, o hazlo parecer un iluso, o vete y regresa muchas veces, o dile que es el amor de tu vida, pero que ahorita no, que espere. Y hazlo esperar mucho, o no lo hagas esperar y bésalo con indiferencia. O dile que no son el uno para el otro. O pídele que te comprenda cuando tú no comprendes nada. O sácale todo su dinero, o explótalo mentalmente, o dedícale canciones dolorosas, o dile que si quiere se mate, o no lo escuches cuando él emocionado te cuenta sus cosas, o mantenlo como plato de segunda mesa, o dile que está mal, o dile que ya madure, o avergüénzate de él, o dile, y casi nunca falla, que no es tu intención hacerle daño, que simplemente no puedes estar.

 

Así, seguro, ese corazón se queda bien roto.

10 octubre, 2011

No sé de dónde vienes

 

No sé de dónde vienes, hombre.

De pronto estás aquí, a mi lado,

sonriéndome.

No sé, querido, por qué te afanas.

Me siento un arma de fuego

disparándote.

Y tú me dices que está bien,

me dices que no pasa nada.

Dices que si se trata de mí

estás dispuesto a quedarte,

así te quiebre el cuerpo y el alma.

No sé de qué estás hecho, hombre.

No comprendo bien tu necedad.

Pero si quieres, dame un beso,

si quieres, abrázame fuerte

y yo te entregaré mi corazón

completo y dispuesto a amar.

05 octubre, 2011

El primer amor o C

Un amor me golpeó duramente cuando tenía trece años.

Estuve pensando en cómo es

que en cuanto me di la vuelta

te aprovechaste de otra mujer.

Me sentí entonces en un mundo negro, un pantano. E imaginaba, cuando iba a la escuela, que los salones estaban llenos de lodo y mis compañeros eran monstruos terribles.

Antes de su traición

él era la representación de todo lo bueno. Lo conocí apenas entré a la secundaria y me enamoré por completo. Cada mirada, roce de manos o palabras bonitas me enloquecían. Escribí demasiado, cosas de poco interés literario, pero con mucho sentimiento. Mi Diario se hartó, se hartó por completo de su nombre; una vez encontré escrito: “¿Soy tuyo o de él?” y me sonreí, porque en ese entonces apenas me daba cuenta de mi existencia. Él era todo.

¿Miedo? Jamás. Nunca lo sentí por él. ¿Miedo de amar? ¿Qué es eso? Recientemente me encuentro con mucha gente que teme al amor y entonces yo los llamo: cobardes. Nunca se me ocurrió temer y por eso nunca se me ocurrió sufrir. Ahora sé que el sufrimiento es parte necesaria del amor, ¿y qué? De todos modos, amo; de todos modos, sufro.

Pasábamos el tiempo mirándonos a los ojos hasta que uno parpadeaba o se moría de la risa. Nos abrazábamos esporádicamente y sólo nos besamos una vez. ¡Éramos tan geniales! Repetía constantemente su nombre porque me gustaba la manera en la que se acomodaban las letras y gracias a eso comencé a fijarme en la armonía de las palabras. Él siempre me dedicaba canciones y siempre tenía esa tendencia a cuidarme. Nos queríamos bastante.

Pero luego resulta que uno quiere crecer. Uno quiere precipitarse a lo desconocido, experimentar cosas nuevas, salir de la rutina; sentirse mayor, mejor, más grande, más capaz y al mismo tiempo uno quiere cometer estupideces, porque todos comienzan a decir que la vida es muy corta y que, por lo tanto, se tienen que cometer muchas cosas locas. Pero pocos entienden que “cosas locas” no es lo mismo que “estupideces” (a veces sí). Se empieza por lo sencillo: desobedecer a los padres, no hacer las tareas, no peinarse, etc. Pero luego evolucionan. Hay confusión, entienden como tontería drogarse, alcoholizarse, faltar a la escuela, flojear, conformarse, poner el cuerno, etc. Y sí, son tonterías, pero son tonterías graves.

Unos nunca acaban y su vida se les va en errores, al final se arrepienten por no haber sido más sensatos. Otros son más prudentes y se detienen justo a tiempo, a este rubro deberíamos pertenecer todos. Y otros cometen sólo una o dos estupideces en todo el tiempo que viven y luego se lamentan porque nunca se atrevieron a más. Es difícil ser prudente, requiere cierto grado de responsabilidad y madurez, y ésas son cualidades que no todos tenemos.

Bueno, pues ese primer amor quiso dejar de ser niño cuando sólo teníamos trece años y me traicionó. Y entonces yo no sabía qué hacer, porque yo no quería crecer todavía, no quería afrontar ese dolor, no estaba preparada. Y la opción más sencilla a mi alcance fue tirarme en la depresión. Entonces descubrí que, si me lo propongo, puedo ser la persona más depresiva posible. Y ese afán de sentirme traicionada me llevó a cargar con ese primer amor seis años de mi vida.

Después de su traición

el mundo se volvió diferente. Comencé a observar las cosas tristes que siempre ignoraba: las familias destruidas, la gente hueca, el poder de la televisión, la degradación de la política, la poca importancia que las personas le dan a los principios. La generalización de creer que está bien cometer errores mientras tú sepas que los estás cometiendo. Mil y mil situaciones que me hicieron esconderme de nuevo en un mundo al que pocos mostraría por completo.

Durante seis años idealicé al amor. Imaginé que esa persona cambiaría por mí y me buscaría. Y al final yo terminé buscándolo y él terminó siendo algo que no se parecía en lo absoluto a mi ideal. Entendí que estaba bastante influenciada por una cultura hasta cierto punto misógina. Y que era debido a mi ignorancia que yo sufría como sufría. Sin ton ni son. Sólo sufrir por sufrir. Decidí entonces despojarme de la carga y convertirme en parte de lo que soy ahora.

Y eso es todo lo que aprendí del primer amor, a groso modo. Ahora imaginen lo que aprendí con el segundo. Ya les contaré.

01 octubre, 2011

Novio de fin de cursos

Primera parte: Edmundo

-¿Por qué Estados Unidos perdió en el ajedrez?

-No sé.

-Pues porque ya no tiene sus torres gemelas.

Y Edmundo soltó tal carcajada que me asustó. Sonreí tímidamente, él se notaba nervioso. Estábamos sentados en unas banquitas no lejos del patio principal de la primaria, nadie notaba nuestra ausencia porque todos estaban inmersos en la ceremonia de clausura. De hecho nosotros también teníamos que estar ahí, pero él me había jalado de la mano y entonces ya estábamos sentados en las banquitas, contándonos chistes.

-Hay que regresar, ¿no? –sugerí girando la cabeza hacia la ceremonia y notando que el baile regional de los niños de tercero estaba a punto de terminar.

-Espera, quiero decirte algo. –dijo él con un tono de voz que no le conocía.

-Dime.

Edmundo se puso colorado, me dieron ganas de reírme porque rojo se veía gracioso, pero me contuve. Lo miré con atención y entonces él soltó:

-¿Quieres ser mi novia?

Luego de eso me miró fijamente a los ojos. Yo balbuceé, mira que declararse el día de la clausura, justo cuando salíamos de vacaciones; y no sólo eso, sino que también saldríamos de la primaria, ¿quién nos aseguraba que íbamos a ir a la misma secundaria? Y además… Humberto…

-Pero…

-Vamos a ir a la misma secundaria. –agregó rápidamente. –Así que no habría ningún problema, ¿no crees?

-Pues no, pero…

El baile regional había concluido y yo tenía que ir al pódium a decir algunas palabras. Me gustaba Edmundo, era verdad. Y entonces dejé guiarme por ese pensamiento antes de salir corriendo a la ceremonia.

-Sí.

Edmundo esbozó una enorme sonrisa y corrió detrás de mí. Al finalizar todo me regaló una rosa de su arreglo de graduación. Y dijo que me buscaría en vacaciones, cosa que nunca sucedió.

 

Cuando entramos a la secundaria, justo el primer día de clases, decidí terminar con él. Era la primera vez que lo veía desde que se me había declarado; yo había concluido en vacaciones que aunque me gustara no tenía sentido estar con él porque no había nada más. Éramos unos chiquillos. Nos vimos en el patio de nuestra nueva escuela, él llevaba una rosa y yo le dije que hasta ahí, que mejor fuéramos amigos. Creí que pensaba igual que yo, que si no me había buscado en vacaciones era porque no le importaba, pero no. Me dio la rosa, dijo algo como qué mala onda y se fue. Nunca más volvió a dirigirme la palabra.

 

A veces me lo encuentro en la combi. Sigue siendo muy simpático, debo admitirlo, además ha hecho mucho ejercicio y se le nota. Pero nuestros encuentros nunca pasan del fingir no vernos, del fingir que jamás nos conocimos.