16 marzo, 2024

Un lugar impresionante creado por mi mente

Abrir los ojos, acostumbrarse a la luz. Luego, estirar los brazos, el cuerpo entero. Bostezar. Levantarme de la cama y mirar que todo es muy distinto. No hay hombrecito, no hay habitación en un árbol. ¿Fue un sueño? ¿Ha sido un sueño todo este tiempo? ¿Sigo soñando? Sé que viajé a una ciudad, que me hospedé en un departamento que tenía puertas escondidas, que hubo una explosión y luego avancé por un camino subterráneo hasta encontrar las raíces luminosas de un árbol. Sé que un hombrecito me estaba esperando, que comí con él y luego dormí. Pero pudo haber sido producto de mi imaginación todo este viaje sin sentido.

Encoger los hombros, levantarse.

Explorar los alrededores y caminar hasta cansarse de nuevo. Al menos ya no estoy bajo la tierra, sino sobre un campo verde y extenso. Siento que doy vueltas sobre mí misma, que estoy en la trampa de un lugar impresionante creado por mi mente. ¿Por qué huí de la ciudad? ¿Quién provocó esa explosión? ¿Ese árbol que conocí es también todos los árboles que veo ahora mismo? ¿De qué se trata este maldito viaje? Siento que no voy a ninguna parte.

Y entonces oigo voces que se acercan. ¡Por fin! El hombrecito desapareció tan rápido que me alegra saber que hay más personas en el mundo.

—Disculpa la tardanza —dice a modo de saludo una de las tres personas que han llegado a mí. —No sabíamos si aparecerías en este prado o en otro, es que El Árbol sólo dijo prado y tuvimos que adivinar un poco. Me miran como si me conocieran desde siempre.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunto con desconfianza.

—¡Tus maestros! ¿No te acuerdas de nosotros? Te enseñamos a volar cuando tenías como cuatro años.

—¿Me enseñaron a volar? —respondo con sospecha. ¿Maestros? ¿Volar? Hay un recuerdo que emerge en mi interior, sé que es verdad lo que dicen. Pero, entonces, ¿es verdad que estoy soñando? ¿Dónde está mi cuerpo real en este momento?

—No está en la ciudad donde ocurrió la explosión, si eso te preocupa —responde uno de los maestros, respondiendo a lo que no dije en voz alta. —Ven, está a punto de iniciar la reunión de onironautas y es importante que lleguemos a tiempo, ¿todavía recuerdas las lecciones que te dimos? Porque es momento de volar.

Las tres personas se elevan en el aire y yo estoy asimilando lo que sucede.

Sentir miedo, tener incredulidad. ¿El viaje se trataba de soñar? Entonces es verdad que estoy yendo hacia ningún lado.

05 marzo, 2024

Ser árbol


—¿Quién eres?

—Soy el Árbol.

—¿Este árbol?

—Este árbol y también todos los demás.



01 marzo, 2024

El Árbol

¿Cuánto habré caminado? Bajé las escaleras y pronto dejé de escuchar el barullo de afuera. Pronto, también, llegué a un camino subterráneo, oscuro y sinuoso. No sabía si simplemente estaba debajo de la ciudad o en algún otro lugar, otro mundo, otro tiempo. Pensé que si seguía el camino, en algún momento aparecería una salida. Y así fue, aunque tardé por lo menos tres horas en encontrarla. De hecho, para ese momento, estaba desesperada, cansada y hambrienta.

Además, no era una salida común. Se trataba de las raíces de un árbol que no me habrían llamado la atención de no ser por su peculiar brillo, iluminando con fuerza el camino que había seguido hasta el momento. Me acerqué a ellas con la esperanza de encontrar alimento o algo que me diera una pista acerca del lugar en el que me encontraba; no quería reconocerlo, pero el miedo de estar sola y perdida comenzaba a apoderarse de mí. Y al estar muy cerca de esas raíces y notar lo enormes que eran (se alzaban formando un tronco tan alto que tenía que levantar la cabeza para poder apreciarlo) fue que vi la salida. Era una puertita en el nudo de las raíces. Una puertita que se abrió en cuanto la vi.

Cuando la crucé un hombrecito me esperaba sentado bebiendo una taza de café.

—Toma asiento, sé que estás hambrienta, así que he preparado algo especial.

Había una mesa dispuesta con varios alimentos y yo, emocionada, me senté dispuesta a disfrutarlos.

—¿Quién es usted? —pregunté con cautela.

—El Árbol.

—¿El árbol? ¿Este árbol en el que estamos? ¿Su espíritu o algo así? —expresé maravillada.

—Come primero —me indicó el hombrecito y yo decidí hacerle caso.

Sobra decir que todo estuvo delicioso. Mientras probaba los platillos que el hombrecito había preparado, observé que ese sitio era un lugar cálido. Estábamos dentro del tronco de un árbol y el olor a resina fresca lo inundaba todo. Se respiraba verde. La decoración consistía en unas cuantas plantas, muebles pequeños repletos de libros, adornos de porcelana y en el fondo una cama. Pronto me sentí satisfecha y le di las gracias al hombrecito, que al mirarlo con atención parecía compartir rasgos con el tronco: su cuerpo, de alguna manera, parecía hecho de madera aunque no lo era; su cabello parecía ser de hojas, aunque estoy segura de haber visto cabello; su mirada era tan profunda y luminosa como las raíces que yo había visto.

—Descansa primero, debes tener sueño.

Y sí, lo tenía. Ni siquiera sé bien cómo o por qué, pero supe que aquella cama en el fondo era para mí, que ese sitio fue dispuesto para mí desde hacía mucho. Me acordé de la casa de Doña Aiuola, aquel personaje maternal de La historia interminable, que cuida y protege a Bastian cuando él está deshecho. ¿Este era el sitio que me recompondría? ¿Pero de qué? Si mi aventura apenas empezaba. Pensando en todo esto fue que me recosté en la cama blanda y me entregué a la tranquilidad del sueño.

21 febrero, 2024

La primera vez en El Laberinto

 El primer sitio en el que me quedé era un departamento conocido como El Laberinto; pero yo no tenía la más remota idea cuando llegué con mi par de maletas y me tumbé en la cama blanda. Con el paso de los días descubriría esas puertas detrás de los espejos. Puertas abiertas, puertas sin cerrojo, puertas descompuestas, todas con el anhelante deseo de ser atravesadas. Algo me decía que las ignorara; así que ocupaba mis días en explorar la ciudad, recordar la visita que me hice, preguntarme si acaso no sería mejor irme de ahí. ¿Pero a dónde? Entonces las puertas se presentaban ante mí con insistencia, me mostraban la respuesta.

Un día, cuando el sol ya se había colado por la ventana e iluminaba todo el desastre que tenía en la habitación, se escuchó el clamor de una explosión. Sentí que el estruendoso sonido había hecho un hueco en mi cabeza. ¿Una bomba? ¿Una guerra? Pronto se mezclaron los gritos de personas con las sirenas de patrullas y ambulancias. Con el pánico ascendiendo por mi cuerpo, me asomé por la ventana que había perdido sus cristales. No podía ver mucho debido al polvo, pero descubrí que el edificio al lado del mío había colapsado. Sentí la urgencia de marcharme.

Tomé lo que pude y me apresuré en llegar al baño. Quité con cuidado el espejo que estaba encima del lavabo, apenas fracturado por el terrible sonido. Ahí estaba una de las puertas. Era amplia, hecha de madera, casi de otro tiempo. La empujé con un solo dedo y cedió abriéndose ante mí, mostrando unas escaleras que llevaban hacia alguna parte. Afuera, el caos iba en ascenso.

No lo pensé más y, por fin, la atravesé.


16 febrero, 2024

En la parada del autobús

 He llegado a la nueva ciudad, aquella que sólo veía en mis sueños.

Esta versión de mí se parece mucho a la de diecinueve años

cuando hacía fila para esperar el transporte público

y tenía frío o tenía calor, o tenía hambre.

También estaba en una ciudad desconocida

y siempre llevaba un libro en las manos.

Tengo el tiempo para mirar a las personas apresuradas,

como en aquel entonces cuando, incluso,

contaba los pares de zapatos rojos que veía por la calle.

Ceños fruncidos, palabras al teléfono, 

manos que se guardan en los bolsillos.

Casi no he encontrado fumadores;

en cambio, hay mucha gente que bebe café.

Mi yo de diecinueve años

se divertía bailando en la parada del autobús.

También cantaba o leía, eso acortaba la espera.

Ella reía bastante y aquella risa me hace reír ahora.

Qué más da, muevo el cuerpo en la ciudad desconocida.

La gente me mira,

sólo un poco en lo que llega el transporte,

en lo que me acostumbro a este aire,

en lo que encuentro a alguien de zapatos rojos

y hago las paces con mi yo de diecinueve años.


12 febrero, 2024

Lo valioso de soltar a las personas

 Ahora que he emprendido la aventura, me pregunto si estará bien aceptar el raite que Alonso me quiere dar. Quiero decir, vengo con maletas y toda la cosa. Y ya pasan de las nueve de la noche. Podría simplemente pedir un uber, llegar al aeropuerto e irme; pero mientras estoy en la esquina sacando el celular de la bolsa, Alonso se ha detenido con su automóvil frente a mí:

—¿A dónde vas? ¿De viaje?

Sonrío sorprendida por ese encuentro tan inesperado. ¿Cuánto tiempo tendrá que no nos vemos? Al menos tres años, estoy segura. 

—Voy al aeropuerto.

—¿De verdad? ¿A esta hora? Déjame llevarte.

Lo primero que pienso es en el dinero que me voy a ahorrar si él me lleva, pero me he prometido ser más cautelosa con mis decisiones, así que le respondo:

—No, ¿cómo crees? Está lejos.

—¡En serio te llevo! Da la casualidad de que tengo un par de asuntos que atender justo cerca del aeropuerto.

¿Será verdad? Lo miro fijamente.

—¡Te lo prometo! ¿Quieres ver? —extiende su celular como indicando que revise. Yo niego con la cabeza:

—Te creo.

—¿Entonces?

Pienso en las ventajas y acepto. Lo medité por al menos dos minutos, no fue una decisión impulsiva, me repito. Alonso se baja del auto para ayudarme a subir las dos maletas que arrastro, repletas de muchas cosas que pienso me serán útiles. Luego me subo al asiento del copiloto y, cuando él se encuentra listo, nos vamos.

¿Por qué de todas las personas en este planeta me tuve que encontrar justamente con él, el día que decidí emprender el vuelo? Es demasiado curioso para ser una simple coincidencia. Intento que ese pensamiento no aumente la incomodidad que comienzo a sentir en el cuerpo. Tres años son mucho tiempo. En tres años pasaron muchas cosas. No puedo fingir que todo sigue igual desde la última vez que nos vimos.

—Bueno, cuéntame a dónde viajas, me gustará saberlo —dice él tan pronto arranca el automóvil.

No le puedo contar cada detalle que me llevó a tomar esta decisión, ¿qué pensará si le cuento que una versión mía del futuro me visitó y me dio advertencias? Es mejor guardarse algunas cosas. Así que le cuento que me voy de vacaciones, que quiero explorar un poco porque tengo ganas, que lo quiero hacer ahora que puedo. Él asiente y dice que siempre supo que yo era una aventurera. La conversación fluye sin mayor contratiempo, así que la incomodidad desaparece. Pienso que así era antes: conversábamos durante horas, sin cansancio alguno. Sin embargo, esta situación es nueva y tan natural que me asusta. Alonso me cuenta cosas de su vida, pero descubro que cada palabra cae en un abismo dentro de mí. Descubro que no tienen la fuerza de antes, que se van a desvanecer pronto como las hojas marchitas. De repente soy consciente de lo que sucede: esa persona del pasado que yo tanto amé, tanto tanto amé, apareció de repente frente a mí para llevarme al aeropuerto, al vuelo que voy a tomar para irme lejos y para siempre. Puede que esta sea la última vez que lo vea. Entiendo que La Despedida se esforzó por encontrar su momento adecuado hasta que lo consiguió.

Unos cuarenta  minutos después llegamos al aeropuerto y él se baja conmigo, maletas en mano. Está bien, Despedida mía, es la hora. Caminamos juntos hasta la entrada y entonces le digo:

—Alonso, muchas gracias por esto y por todo lo demás. Creo que nunca te lo dije, pero gracias por haber estado a mi lado y gracias por marcharte cuando era el momento. Me dio alegría verte hoy.

Alonso sonríe y me abraza con fuerza. No somos amigos ni nada, pero pensar en una amistad con él de pronto luce como algo posible.

—¡Gracias también! Me alegró traerte al aeropuerto y te deseo un buen viaje. ¡Disfruta mucho!

Nos despedimos y cuando él se va noto un alivio, la certeza de que todo se está acomodando para esta aventura. Siento el cansancio de quien se sabe viva, emprendiendo un viaje larguísimo del cual sólo ha caminado algunos pasos. Qué loco, él de entre tantos, este día. Nunca había visto con tanta claridad lo valioso de soltar a las personas.


07 febrero, 2024

Hacia el estrellato

 Para emprender el viaje necesito impulso y velocidad, como cuando iba a la primaria. En ese entonces yo era una niña vivaracha que buscaba cualquier pretexto para correr. Me gustaba la sensación de ir más rápido que cualquiera, de que eso fuera alguna especie de súper poder. Así que corría a la menor provocación. ¿Que ya es hora de ir a la escuela? ¡Apuesto a que puedo llegar en menos de diez minutos! (Cabe recordar que yo vivía muy cerca de la primaria). ¿Que pronto va a empezar mi programa favorito y estoy todavía en el salón? ¡He de irme ahora, con mi súper velocidad lo lograré! ¿Que el niño que me gusta ha decidido corretearme en el recreo? ¡Jamás me alcanzará!

Cuando no pude correr más rápido, me acordé de la bicicleta. Entonces, ah, me volví todavía más veloz. ¿Que mamá necesita algo de la tienda? ¡Enseguida voy! ¿Que hay que acompañar a mi hermano a no sé dónde? ¡Yo lo acompaño! Lo puedo llevar en los diablitos. ¿Que los chicos de la escuela se han reunido para explorar los alrededores? ¡Seguramente necesitarán de una guía tan lista y tan rápida como yo, vamos!

Ese tipo de persona era, la que miraba todas las posibilidades donde pudiera probar mi velocidad. Y realmente lo disfrutaba: ir rápido por el placer de ir rápido, saboreando cada movimiento del cuerpo.

Un día leí Farenheit 451 y en él se dice sobre la gente que conduce a toda velocidad: 


A veces, pienso que sus conductores no saben cómo es la hierba, ni las flores, porque nunca las ven con detenimiento


Poco a poco fui reduciendo el ritmo. Dejé de correr y dejé de andar en bicicleta. Me volví más fan de caminar y contemplar. Cuando corría el año 2021 yo era por completo una roca que ya no se movía: sólo veía mi alrededor. La rapidez me intimidaba. ¿Para qué la prisa si ir lento también es vivir? Con calma. Un paso a la vez mientras admiro este presente.

Sin embargo, para este viaje la calma es una tentación. Por eso necesito el impulso y la velocidad que pueden llevarme al estrellato: de estrellarme. Sacudo todo el cuerpo. Con el ritmo acelerado, contemplar es un verbo complicado si lo aplico afuera de mí. Pero sigue siendo válido si me miro. Voy a correr y voy a contemplarme. Muy importante: no voy a mirar atrás. 


¿Estoy lista? A la cuenta de tres me voy:

UNO

DOS

¡TRES!


22 enero, 2024

Me visité

No han sido días sencillos porque he cedido mucho a la procrastinación. Al principio no parecía algo preocupante eso de dejar las cosas para después, pero ahora estoy en un punto en que el después ya no existe. Se acabó el tiempo. Así que escribo esto con la mayor urgencia con la que pueden mis manos, es lo último que haré antes de embarcarme en la gran aventura que pospuse durante años: aquella que me llevará a un nuevo mundo con la única condición de no mirar atrás. Y de no detenerme. Todo segundo cuenta en esta travesía. Cada momento en que simplemente me quedo quieta y observo o respiro o pruebo algo rico de comer. Cada paso que doy tiene una dimensión temporal, yo lo sabía y me hice la desentendida. Da terror ver de esa forma la vida: una secuencia de hechos que se va a acabar. Así que dejar el tiempo pasar se volvió mi actividad más recurrente. Era como esos videos de time lapse, donde se mira un punto fijo mientras todo alrededor se mueve, se transforma. Yo fui esa roca que se mantiene imperturbable ante la magia del movimiento y el cambio. 
    Sin embargo, mientras estaba tirada en la cama sintiendo los minutos reptando por mi cuerpo, sin deseos de hacer algo para quitarlos de ahí, apareció alguien. Y va a sonar lo más cliché del mundo, pero era yo misma. Yo misma en el último instante antes del final de mi vida. Hubo una especie de milagro o magia que se me concedió: visitar una versión mía del pasado para despedirme. Decir unas últimas palabras. Estaba viendo videos y entonces aparecí al lado de mí, una mujer unos años mayor, me veía contenta. Claro que me asusté, esas cosas siempre son difíciles de afrontar. Pregunté qué sucedía, pero esa mujer se sentó a mi lado y me dijo con una voz que todavía me pone la piel chinita: Oye, estoy a punto de morir. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué?, quizás farfullé esas preguntas u otras, el caso es que no sabía qué decir. Me voy a morir y me dejaron venir a verte en el último minuto. ¿Por qué a mí? ¿Por qué no a la Gaby gloriosa de la adolescencia? ¿O a cualquier otra? ¿Por qué a esta que soy yo, tan atrapada en sus vicios mentales, tan desganada, apagada, anulada por sí misma?, creo que todas esas preguntas sólo las pensé. Escúchame, me dijo ella, estoy a unos segundos de descubrir qué sigue después y me emociona; pero antes de eso quise venir a verte. Quise verte porque te amo, porque te respeto y te admiro. La vida se pondrá interesante a partir de este momento y no creerás todo lo que va a suceder ahora. Quizás pienses que yo sé de qué se trata todo, pero no. Tu vida y la mía son distintas, por increíble que parezca. Sólo quería decirte eso: que todo se pone muy interesante y me honra estar hecha de la misma materia que tú. ¡Me voy! ¡Es mi último momento y a ti te lo dedico!

Ella desapareció y yo me quedé con los ojos nublados en medio de una habitación vacía. Afuera el sol declinaba y el viento susurraba entre las plantas del jardín. Me levanté sintiendo en la espalda el peso de aquellos minutos que no habían dejado de bailar y desplazarse sobre mí. Me sacudí. ¿Todo se va a poner interesante? ¿A qué se refería? ¿Realmente murió, morí? ¿Cómo fue? ¿Cómo será? Ah, me voy a morir. Ah, debo emprender el viaje hacia ese momento. ¿Qué hago primero? ¿Quizás escribir en mi blog antes de ir a tachar cualquier otra cosa de la lista de pendientes?

17 enero, 2024

Propósito fundamental


Tengo un propósito fundamental para este año y es el de ser mi fan número uno. Así que he decidido que todas las siguientes publicaciones estarán enfocadas en un ejercicio de reconocimiento propio y celebración de mi existencia. ¿Podré hacerlo al menos una vez a la semana? Lo descubriremos.