12 febrero, 2024

Lo valioso de soltar a las personas

 Ahora que he emprendido la aventura, me pregunto si estará bien aceptar el raite que Alonso me quiere dar. Quiero decir, vengo con maletas y toda la cosa. Y ya pasan de las nueve de la noche. Podría simplemente pedir un uber, llegar al aeropuerto e irme; pero mientras estoy en la esquina sacando el celular de la bolsa, Alonso se ha detenido con su automóvil frente a mí:

—¿A dónde vas? ¿De viaje?

Sonrío sorprendida por ese encuentro tan inesperado. ¿Cuánto tiempo tendrá que no nos vemos? Al menos tres años, estoy segura. 

—Voy al aeropuerto.

—¿De verdad? ¿A esta hora? Déjame llevarte.

Lo primero que pienso es en el dinero que me voy a ahorrar si él me lleva, pero me he prometido ser más cautelosa con mis decisiones, así que le respondo:

—No, ¿cómo crees? Está lejos.

—¡En serio te llevo! Da la casualidad de que tengo un par de asuntos que atender justo cerca del aeropuerto.

¿Será verdad? Lo miro fijamente.

—¡Te lo prometo! ¿Quieres ver? —extiende su celular como indicando que revise. Yo niego con la cabeza:

—Te creo.

—¿Entonces?

Pienso en las ventajas y acepto. Lo medité por al menos dos minutos, no fue una decisión impulsiva, me repito. Alonso se baja del auto para ayudarme a subir las dos maletas que arrastro, repletas de muchas cosas que pienso me serán útiles. Luego me subo al asiento del copiloto y, cuando él se encuentra listo, nos vamos.

¿Por qué de todas las personas en este planeta me tuve que encontrar justamente con él, el día que decidí emprender el vuelo? Es demasiado curioso para ser una simple coincidencia. Intento que ese pensamiento no aumente la incomodidad que comienzo a sentir en el cuerpo. Tres años son mucho tiempo. En tres años pasaron muchas cosas. No puedo fingir que todo sigue igual desde la última vez que nos vimos.

—Bueno, cuéntame a dónde viajas, me gustará saberlo —dice él tan pronto arranca el automóvil.

No le puedo contar cada detalle que me llevó a tomar esta decisión, ¿qué pensará si le cuento que una versión mía del futuro me visitó y me dio advertencias? Es mejor guardarse algunas cosas. Así que le cuento que me voy de vacaciones, que quiero explorar un poco porque tengo ganas, que lo quiero hacer ahora que puedo. Él asiente y dice que siempre supo que yo era una aventurera. La conversación fluye sin mayor contratiempo, así que la incomodidad desaparece. Pienso que así era antes: conversábamos durante horas, sin cansancio alguno. Sin embargo, esta situación es nueva y tan natural que me asusta. Alonso me cuenta cosas de su vida, pero descubro que cada palabra cae en un abismo dentro de mí. Descubro que no tienen la fuerza de antes, que se van a desvanecer pronto como las hojas marchitas. De repente soy consciente de lo que sucede: esa persona del pasado que yo tanto amé, tanto tanto amé, apareció de repente frente a mí para llevarme al aeropuerto, al vuelo que voy a tomar para irme lejos y para siempre. Puede que esta sea la última vez que lo vea. Entiendo que La Despedida se esforzó por encontrar su momento adecuado hasta que lo consiguió.

Unos cuarenta  minutos después llegamos al aeropuerto y él se baja conmigo, maletas en mano. Está bien, Despedida mía, es la hora. Caminamos juntos hasta la entrada y entonces le digo:

—Alonso, muchas gracias por esto y por todo lo demás. Creo que nunca te lo dije, pero gracias por haber estado a mi lado y gracias por marcharte cuando era el momento. Me dio alegría verte hoy.

Alonso sonríe y me abraza con fuerza. No somos amigos ni nada, pero pensar en una amistad con él de pronto luce como algo posible.

—¡Gracias también! Me alegró traerte al aeropuerto y te deseo un buen viaje. ¡Disfruta mucho!

Nos despedimos y cuando él se va noto un alivio, la certeza de que todo se está acomodando para esta aventura. Siento el cansancio de quien se sabe viva, emprendiendo un viaje larguísimo del cual sólo ha caminado algunos pasos. Qué loco, él de entre tantos, este día. Nunca había visto con tanta claridad lo valioso de soltar a las personas.


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