29 julio, 2020

Mi abuelo se ha marchado

Mi abuelo falleció hace diez días. La última vez que lo ví me pidió cuidar de mi padre, le dije que no se preocupara. También recuerdo haberlo abrazado y él me dijo que me quería mucho. Nunca supe bien qué decir cuando estaba con él, pero él siempre me hizo saber que yo era su orgullo. Una vez le enseñé un vídeo donde yo había salido en la tele, tuvo una sonrisa enorme mientras lo veía.
Mi abuelo siempre tuvo una presencia tranquila. Tenía un vozarrón cuando se enojaba y una dulce vocecita cuando pretendía hacer cariñitos a alguien. Fue un hombre trabajador y honesto. Campesino. Comerciante.
El día de mi último cumpleaños me dió 200 pesos junto con mi abuela. Yo no los quería recibir, me dijo alto y fuerte: Siempre recibe el dinero que te quieran dar estos pobres viejos, te lo estamos dando de corazón. Los recibí. Él me abrazó con fuerza.
Sufrió mucho mi abuelo y ahora las historias que sé sobre él se me agolpan en la garganta. Comienzo a sacarlas de a poquito, con esta publicación. ¿Cuántas serán?
Mi abuelo se ha marchado y yo sé que lo voy a extrañar.

15 julio, 2020

El fruto

Todo comienza con la certeza de que las cosas no deben ser así. Pero antes de poder decir algo, de actuar, de exponer lo doloroso, decido poner mil capas encima.
La capa de la incredulidad. 
La capa del enojo fulminante.
La capa del miedo exacerbado.
Se cubre la herida expuesta que no hace más que supurar, pero ya no es visible, ya puedo omitirla, hacer como no está. Y pronto todo es un reguero interno de sangre que no es sangre, un reguero de cosas no dichas que intenta desbordarse, salir, fluir sin freno. Y pongo más capas, porque tengo muchas. 
Aunque luego haga calor y termine ahogándome.

Me pregunto cómo será tomar en las manos eso que oculto, ¿será como el fruto dorado que tomó aquel mono al que le surgieron alas?

12 julio, 2020

Escenarios conocidos

El sueño comienza en una vereda donde al costado hay un árbol de ramas desnudas. Al notarlo, descubro el truco y digo: 
—He estado aquí antes. 
Quienes me acompañan me miran con atención, yo insisto: 
—Esto es un sueño, caminaremos por esta vereda, llegaremos a una cueva, libraremos algunos obstáculos. Sé lo que hay que hacer y tal vez lo que sucederá. 
Ojalá pudiera saber quiénes son los que están conmigo, sólo recuerdo a mi hermano.
Se hace lo que digo: caminamos por la vereda, llegamos hasta la cueva. Comienzan los peligros y yo me siento dueña de ese escenario conocido: 
—Gira por aquí, guarda silencio en este tramo, procuremos no correr o caeremos al abismo. 
Es como predecir el futuro, pero en terrenos oníricos no existe el tiempo.
Salimos ilesos de la cueva. Pienso: 
—Si soñara esto por vez primera, hubiera sido una pesadilla.
Fue una pesadilla antes.
Pero ahora no hubo espacio para el miedo.
¿Podrá trasladarse esto al tiempo tangible?

05 julio, 2020

Un sueño elegante


"Tanto tiempo sin saber de ti no le hace bien al corazón ni al cuerpo"
Despacio, Isla de Caras

Llevo varios intentos de esta entrada. Escribo una docena de renglones y borro. Pensé en iniciarlo de mil modos, termino eligiendo éste. Es raro volver cuando parece que me fui para siempre. Pero no fue así, siempre tuve la esperanza del regreso.

Han sido meses muy extraños. Me gusta estar conmigo, sin las agitaciones diarias que venía manejando desde hace tiempo. Puedo hacer un huequito para esto que me abraza. También me gusta estar con mi familia y emular, de alguna manera, toda esa vida que tuve antes de mudarme a la Ciudad de México. 

Conversé con mi hermano ayer por la madrugada, me dijo: te fuiste mucho tiempo. Pero ahora estoy aquí. Ni en los miles de escenarios que pude imaginar estaba éste: una pandemia consumiendo al mundo, un virus que me hizo volver a casa.

Tengo algunas historias que puedo contar.

Hoy le conté a mi familia un sueño que tuve:
Iba a Grecia y luego a Francia. En Grecia me quedaba contemplando un paisaje iluminado por el ocaso, lleno de ruinas, árboles y silencio. Me sentía... contemplativa. Luego, de la nada, ya estaba en Francia. Tenía que dar una conferencia en una escuela adonde me habían invitado. Todo salía bien. Al terminar, me daba cuenta de que aún faltaba mucho para mi vuelo de regreso a México. Me quedaba un rato sentada en el patio, mientras veía a algunos estudiantes hacer deporte. Todos hablaban en francés. Yo también. Buscaba en el celular lugares cercanos que pudiera visitar, Google me sugería ir a los Campos Elíseos, estaba cerca. Eso decidí. Me puse de pie, salí de la escuela y comencé a caminar por la larga avenida. Había carros, ruido, edificios antiguos. Y al final de la avenida, el sol iniciaba su descenso.

Mi hermano también dijo: me gustaría tener sueños tan elegantes como el tuyo.