28 marzo, 2023

El alma


¿No es el alma un hilo de plata que se escurre a través de las puertas, las ventanas, en cada hueco que halla hacia el exterior? ¿No es una porción líquida que fluye sin descanso, buscando un ambiente tranquilo que le acoja? ¿No es una luz inagotable que mueve todo a su paso, que deja rastros luminosos que hacen sentir bien a quien los mira, a quien los sigue, a quien los hace parte de sí? ¿No es el alma una energía que siempre se renueva y se desplaza por todo el mundo, una y otra y otra vez, que sigue aquí por los siglos de los siglos; y aún cuando el sol explote y la vida se acabe, no es el alma parte de las estrellas, materia perpetua que nunca ha de morir?

18 marzo, 2023

Nubecita



La calma sube.

Eres el viento

que el duelo cubre.


Miras y miras alrededor,

cuánta alegría hay

en el corazón.


Y si todo se pierde

y si todo va mal,

mi Nubecita,

tu compañía

me va a consolar.

15 marzo, 2023

Lo que he comido últimamente

Comer me parece uno de lo más geniales placeres. Así que decidí hacer una lista de los alimentos que he apreciado últimamente. Digo apreciar porque me tomo al menos un minuto para notar que los ingiero, para sentirlos en el paladar, disfrutar su sabor. Porque mientras como, pienso: Necesito alimentarme, esto es lo que se convierte en energía para que yo pueda seguir viviendo. El cuerpo sabe.

  • Chilaquiles rojos con un huevo estrellado.
  • Naranjas.
  • Quesadillas de huitlacoche con queso.
  • Quesadillas de hongos con queso.
  • Huevo con champiñones.
  • Helado de chocolate.
  • Palomitas caseras.
  • Plátanos.
  • Café.
  • Mucha agua.
  • Huevo con tocino y acelgas.
  • Pan con nata.
  • Atole de avena.
  • Sopa de jitomate.
  • Duraznos.
  • Higos.
  • Bistec entomatado.
  • Pico de gallo.
  • Hot cakes con mermelada.
  • Sopa de mariscos.
  • Cerveza.
  • Manzanas.

¿Hay algo que hayas comido últimamente y consideres memorable?

11 marzo, 2023

Una piedra en la garganta


Tengo una piedra en la garganta. Decirlo de esa manera es una metáfora, por supuesto. La piedra obstruye el habla, la respiración e, incluso, la ingesta de alimentos. De repente arde. De repente pica. Es incómoda a más no poder. Mientras sigo el tratamiento indicado por mi médico, pienso en la luz azul.

Hice una meditación que se llamaba Activando tu chakra garganta. Honestamente, no sé mucho acerca de los chakras ni esas cosas, pero suelo explorar todo tipo de meditaciones porque es uno de los asuntos más placenteros que encuentro últimamente: cerrar los ojos, dejarse llevar por una voz, respirar profundamente, permanecer y saberlo. Sí, eso me gusta.

Bueno, pues esta meditación decía que imaginara una luz azul en mi garganta, una luz que poco a poco crecía e inundaba todas las otras partes de mi cuerpo. Fue un ejercicio interesante. Quiero decir, sé que ahora mismo no me encuentro en las mejores condiciones, aquella piedra es dura y duele; pero al cubrirla por esa luz azul, de repente sentí que podía romperla.

Romper piedras, se necesita realmente mucha fuerza para ello, ¿no es así? Ahora que me he disciplinado un poco con el ejercicio, descubro que casi no tengo fuerza. Soy débil, en el sentido más literal de la palabra. Enclenque. Así que me sorprendí mucho cuando, al pensar en esa luz azul, sentí la capacidad de poder desmoronar la piedra en la garganta. ¡Abran paso, ha llegado la chica que descubrió que tenía poderes mientras meditaba! Quizá no se trata de mover cosas con la mente, como Matilda. Pero romper piedras no está mal. Sobre todo si se trata de las que están en partes específicas del cuerpo, deteniendo todo.


Ahora que tengo esta sensación desagradable de enfermedad, pienso en muchas cosas:


Pienso en el calor incesante que está haciendo estos días. ¿Será que crecí y mi cuerpo aguanta menos? ¿O será que el cambio climático se siente cada vez más? Quizá ambas cosas. Pienso en el sol que es una bola de fuego gigantísima, suspendida en el universo, atrayendo hacia sí a los planetas. Pienso en la energía que despide. Rocas ígneas por los siglos de los siglos. ¿La piedra que traigo en la garganta perteneció alguna vez al sol?


Pienso en la paleta de hielo que comí y que probablemente terminó de enfermarme. ¿Es una piedra de hielo la que traigo atorada? He probado todo tipo de sabores en paletas de hielo: fresa de agua, guayaba, duraznos con crema, beso de ángel, tamarindo. Pero creo que mi favorita de estos últimos meses es la de fresa de leche cubierta de chocolate. Tan sólo al escribirla aquí se me antoja de nuevo. Brindo por las mentes maestras que crearon las paletas de hielo.


Pienso en las cosas que no he dicho, ni quiero decir, al grado de crear yo misma una piedra que me obstruye la garganta. ¿Es una piedra hecha de mi energía de resistencia? Si ese es el caso, no importa mucho que pueda destruirla, ¡puedo crearla! ¡Abran paso, ha llegado la chica que puede crear muros, obstáculos, piedras gigantes para obstruir lo que quiera! ¡De su propia energía! Un mundo entero dentro de ella, como dice el libro ilustrado por Kitty Crowther. Este poder es tan increíble que, de repente, puede salirse de las manos, por eso la chica se perjudica más de lo que quisiera. Ay, qué lástima, con este gran poder y tan pocas habilidades para manejarlo. Terminará ahogada en sí misma, es esa piedra la que le cortará la garganta.


¿Y cuáles son esas cosas que no quiero decir? Las imagino, pero no las puedo pronunciar, ni siquiera escribir. Y eso lo explica todo. Quizá esta piedra está hecha de ese montón de palabras aplastadas, arrugadas, encimadas unas sobre otras, casi rotas de tanto que me he esforzado por desaparecerlas. Pero no desaparecen. Sólo las he ido depositando en este lugar. Qué decepción, no se trata de ningún poder; sólo es miedo de tirar la basura.


La luz azul en mi garganta es benévola, no puede ser de otra manera. Es compasiva con la piedra que traigo, puede ver su fragilidad aunque se muestre impenetrable. La luz azul se cuela en todos los recovecos, en todos los poros, inunda cada espacio entre los átomos. La luz azul me da calma. Está bien no querer decir las cosas, incluso eso está bien, me dice. Incluso la sola existencia de esta piedra es válida, me dice. Y no sé por qué ahora tengo tantas ganas de llorar y al hacerlo siento que la piedra se deshace.

08 marzo, 2023

Una historia que me mantiene humilde



Me pregunto qué puedo escribir. Sobre qué. Acerca de qué. ¿Qué evento digno de contarse puede estar plasmado en estas palabras? La exigencia me abruma. Toda vida es digna de ser narrada, incluso la mía. Incluso la mía, pienso mientras por la mente se agolpan todos los sucesos que me mantienen humilde. Al principio, esa tendencia en redes sociales me generó mucho rechazo. ¿Por qué asociamos el “ser humilde” con las cosas vergonzosas que puedan ocurrirnos? Lo curioso es que cuando pensé en mis cosas vergonzosas, descubrí que en su momento fueron todo menos vergonzosas. Fueron dolorosas o tristes o, incluso, incluso... no sé. Por ejemplo, hay un evento que hace poco le conté a mi psicóloga. Ahora me hace reír, pero en ese entonces lloré durante horas.

No, mientras escribo esto me doy cuenta de que todavía no estoy lista para contar esa historia. No es que sea terrible, pero quizá deba pasar más tiempo. Eso me hace pensar en otra historia que sólo le he contado a una sola persona en toda mi vida. A veces me imagino contándola a alguien más, pero hacerlo implicaría aceptar que sucedió, aceptar que no es producto de mi imaginación. Si nunca se la hubiera contado a esa sola persona, ¿ya la habría sepultado en mi memoria? ¿Se habría secado la historia por falta de agua, por falta de narrarla y compartirla? No quiero que quede en el olvido, pero al mismo tiempo sí, por eso la conservo todavía. Quizá la cuente algún día.

¿Cuántas veces contamos las historias? Quiero decir, hay anécdotas que son infaltables en las reuniones con amigos o con familiares. Por ejemplo, siempre que nos vemos con David nunca puede faltar alguna historia de nuestra época del CCH. Nunca. Él o yo contamos sobre la vez que nos tocó hacer juntos un video sobre filosofía y no dormimos; o la vez en que vimos a Tere caer estrepitosamente en la parada del autobús; o la vez en que él y Oscar me quitaron un zapato en el autobús. Cuando estoy con mi familia nunca pueden faltar las historias de infancia de mi hermana. Es que era tremenda. Y entonces contamos cuando se escondió y nadie la encontraba, o cuando nos persiguió a mi hermano y a mí con un ladrillo en la mano. Ese tipo de historias. Por eso, pienso, ¿cuántas veces contamos las historias?

Hay una historia que yo conté muchísimo. Revisaba el efecto de mis palabras sobre los demás e iba ajustando la manera en que la contaba con el propósito de conseguir el efecto máximo: esa mirada de las personas que están atrapadas por un suceso, que quieren saber qué sigue, que suspiran o se alteran cuando hay un giro en la trama. Me pregunto si eso que me sucedió fue así de maravilloso. Yo creo que sí. Hay una primera versión oficial que escribí en mi diario y que tomé como punto de partida. La conté… ¿Cuántas veces? ¿Cien? ¿Doscientas? ¿Trescientas veces? Fueron más veces de las que puedo recordar, eso es seguro. Casi casi era mi carta de presentación: Hola, soy Gaby y adivina cómo me enamoré de esta persona. Entonces me lanzaba con la historia, hacía preguntas como: ¿No te parece increíble? ¿No es así como luce el destino? Debido a la forma tan maravillosa que le di a ese recuerdo, concebirlo como algo más mundano fue sumamente doloroso. ¿Me estás diciendo que él y yo no tenemos una conexión única con el universo? ¿Me estás diciendo que sólo soy una más entre los casi 8 mil millones de personas que habitan el mundo? ¿Me estás diciendo que esta historia que narré tantas veces es sólo eso, una historia? Y la verdad es que la primera que se cansó de esa historia fui yo. Cómo no iba a cansarme cuando la había convertido en mi personalidad. ¿Conoces a Gaby? Ah, claro, ella siempre cuenta una historia acerca de cómo se enamoró.

Una vez, platicando con una amiga, me dijo: Oye, a todo mundo le contaste cómo empezó tu historia de amor, pero a muy poca gente le has dicho cómo terminó. Eso me sorprendió, ni siquiera yo me había decidido por una versión oficial de cómo habían terminado las cosas. Ni siquiera yo sabía en qué momento, luego de la ruptura, fue el verdadero final. Además, ¿recuerdan eso de los momentos humildes? El final de esa mi fantástica historia estaba repleto de recuerdos que me causaban dolor, tristeza y vergüenza.

Por ejemplo, ¿cómo podía contar que lloré y grité en la calle cuando el enojo me rebasó? ¿Cómo decir que yo, la protagonista de mi historia de amor, le llamó llorando a las diez de la noche y le exigió que viniera a verme porque no me sentía nada bien; y que además él vino, me quiso besar y luego dijo que ya no me amaba? Hasta se siente raro. Se siente raro reconocer que protagonizar esa historia no viene junto con la perfección, no implica ser la criatura elegida por el universo para vivir sólo cosas fascinantes. Qué va. En esta realidad que yo entiendo, ser la protagonista implica ser una chica más, formada en el amor romántico, que tuvo que aprender a la mala a no idealizar a las personas y a no poner en el centro su historia de amor.

Y sí, quizá deba contar más veces la historia del final. Exponer todos los errores. Oye, soy Gaby, y quiero contarte cómo me desenamoré. Quiero contarte por qué estoy soltera desde hace siete años, por qué he salido con muchas personas buscando el rastro de una energía que sé que jamás volveré a encontrar. Y sé que no la voy a encontrar no porque ya no crea en el amor, sino porque esa era la energía que venía con ese patán en específico. Se supone que ahora puedo encontrar otro tipo de energía, pero tampoco sé cómo debe sentirse. Sólo no ha llegado.

Las historias de responsabilidad emocional no son tan emocionantes. Aunque, bueno, lo cierto es que tampoco me he esforzado mucho en contar alguna. Pienso: ¿y estos qué? ¿A poco sí muy inteligentes? Vaya, mira, el privilegio que le permite ir a terapia le permitió identificar en qué estaba fallando. Sí, sí, ya te vimos, eres muy sabia por redirigir el sentido de tu vida. Bravo. ¿Este texto será otra razón para mantenerme humilde?