08 marzo, 2023

Una historia que me mantiene humilde



Me pregunto qué puedo escribir. Sobre qué. Acerca de qué. ¿Qué evento digno de contarse puede estar plasmado en estas palabras? La exigencia me abruma. Toda vida es digna de ser narrada, incluso la mía. Incluso la mía, pienso mientras por la mente se agolpan todos los sucesos que me mantienen humilde. Al principio, esa tendencia en redes sociales me generó mucho rechazo. ¿Por qué asociamos el “ser humilde” con las cosas vergonzosas que puedan ocurrirnos? Lo curioso es que cuando pensé en mis cosas vergonzosas, descubrí que en su momento fueron todo menos vergonzosas. Fueron dolorosas o tristes o, incluso, incluso... no sé. Por ejemplo, hay un evento que hace poco le conté a mi psicóloga. Ahora me hace reír, pero en ese entonces lloré durante horas.

No, mientras escribo esto me doy cuenta de que todavía no estoy lista para contar esa historia. No es que sea terrible, pero quizá deba pasar más tiempo. Eso me hace pensar en otra historia que sólo le he contado a una sola persona en toda mi vida. A veces me imagino contándola a alguien más, pero hacerlo implicaría aceptar que sucedió, aceptar que no es producto de mi imaginación. Si nunca se la hubiera contado a esa sola persona, ¿ya la habría sepultado en mi memoria? ¿Se habría secado la historia por falta de agua, por falta de narrarla y compartirla? No quiero que quede en el olvido, pero al mismo tiempo sí, por eso la conservo todavía. Quizá la cuente algún día.

¿Cuántas veces contamos las historias? Quiero decir, hay anécdotas que son infaltables en las reuniones con amigos o con familiares. Por ejemplo, siempre que nos vemos con David nunca puede faltar alguna historia de nuestra época del CCH. Nunca. Él o yo contamos sobre la vez que nos tocó hacer juntos un video sobre filosofía y no dormimos; o la vez en que vimos a Tere caer estrepitosamente en la parada del autobús; o la vez en que él y Oscar me quitaron un zapato en el autobús. Cuando estoy con mi familia nunca pueden faltar las historias de infancia de mi hermana. Es que era tremenda. Y entonces contamos cuando se escondió y nadie la encontraba, o cuando nos persiguió a mi hermano y a mí con un ladrillo en la mano. Ese tipo de historias. Por eso, pienso, ¿cuántas veces contamos las historias?

Hay una historia que yo conté muchísimo. Revisaba el efecto de mis palabras sobre los demás e iba ajustando la manera en que la contaba con el propósito de conseguir el efecto máximo: esa mirada de las personas que están atrapadas por un suceso, que quieren saber qué sigue, que suspiran o se alteran cuando hay un giro en la trama. Me pregunto si eso que me sucedió fue así de maravilloso. Yo creo que sí. Hay una primera versión oficial que escribí en mi diario y que tomé como punto de partida. La conté… ¿Cuántas veces? ¿Cien? ¿Doscientas? ¿Trescientas veces? Fueron más veces de las que puedo recordar, eso es seguro. Casi casi era mi carta de presentación: Hola, soy Gaby y adivina cómo me enamoré de esta persona. Entonces me lanzaba con la historia, hacía preguntas como: ¿No te parece increíble? ¿No es así como luce el destino? Debido a la forma tan maravillosa que le di a ese recuerdo, concebirlo como algo más mundano fue sumamente doloroso. ¿Me estás diciendo que él y yo no tenemos una conexión única con el universo? ¿Me estás diciendo que sólo soy una más entre los casi 8 mil millones de personas que habitan el mundo? ¿Me estás diciendo que esta historia que narré tantas veces es sólo eso, una historia? Y la verdad es que la primera que se cansó de esa historia fui yo. Cómo no iba a cansarme cuando la había convertido en mi personalidad. ¿Conoces a Gaby? Ah, claro, ella siempre cuenta una historia acerca de cómo se enamoró.

Una vez, platicando con una amiga, me dijo: Oye, a todo mundo le contaste cómo empezó tu historia de amor, pero a muy poca gente le has dicho cómo terminó. Eso me sorprendió, ni siquiera yo me había decidido por una versión oficial de cómo habían terminado las cosas. Ni siquiera yo sabía en qué momento, luego de la ruptura, fue el verdadero final. Además, ¿recuerdan eso de los momentos humildes? El final de esa mi fantástica historia estaba repleto de recuerdos que me causaban dolor, tristeza y vergüenza.

Por ejemplo, ¿cómo podía contar que lloré y grité en la calle cuando el enojo me rebasó? ¿Cómo decir que yo, la protagonista de mi historia de amor, le llamó llorando a las diez de la noche y le exigió que viniera a verme porque no me sentía nada bien; y que además él vino, me quiso besar y luego dijo que ya no me amaba? Hasta se siente raro. Se siente raro reconocer que protagonizar esa historia no viene junto con la perfección, no implica ser la criatura elegida por el universo para vivir sólo cosas fascinantes. Qué va. En esta realidad que yo entiendo, ser la protagonista implica ser una chica más, formada en el amor romántico, que tuvo que aprender a la mala a no idealizar a las personas y a no poner en el centro su historia de amor.

Y sí, quizá deba contar más veces la historia del final. Exponer todos los errores. Oye, soy Gaby, y quiero contarte cómo me desenamoré. Quiero contarte por qué estoy soltera desde hace siete años, por qué he salido con muchas personas buscando el rastro de una energía que sé que jamás volveré a encontrar. Y sé que no la voy a encontrar no porque ya no crea en el amor, sino porque esa era la energía que venía con ese patán en específico. Se supone que ahora puedo encontrar otro tipo de energía, pero tampoco sé cómo debe sentirse. Sólo no ha llegado.

Las historias de responsabilidad emocional no son tan emocionantes. Aunque, bueno, lo cierto es que tampoco me he esforzado mucho en contar alguna. Pienso: ¿y estos qué? ¿A poco sí muy inteligentes? Vaya, mira, el privilegio que le permite ir a terapia le permitió identificar en qué estaba fallando. Sí, sí, ya te vimos, eres muy sabia por redirigir el sentido de tu vida. Bravo. ¿Este texto será otra razón para mantenerme humilde?

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