24 marzo, 2014

Lo que me hace falta son más lunes como éste

A los lunes casi nadie los quiere, y a veces me siento identificada con ellos por esa razón. Todos mis actos son horas que transcurren lentamente cuando el fin de semana queda tan lejos. Yo, lunes, me alargo como si fuera de goma… más y más… hasta darle la vuelta al mundo.

Oh, pero este lunes fue diferente. Como este lunes ha habido muy pocos y por eso sé que necesito más de ellos.

Primero el cielo amaneció nublado, pero aún así salí sin suéter. La frescura de la mañana me hizo despertar de golpe.

El viaje a la escuela fue muy entretenido, y como mis ojos estaban muy abiertos miré muchas cosas, muchas personas, muchos colores, muchas letras, muchos niños, muchas luces, muchas paredes, muchos horizontes.

El metro falló como siempre, pero esta vez la ola de gente me hizo reír demasiado. Y allá fue mi risa a colarse en el vagón apretado, se balanceó durante todo el camino hasta llegar a la estación final.

Luego tuve clases. Era lunes, el sol ya estaba alto, había pocos alumnos. Y las frases de la maestra danzaban ante mis ojos, tanto que me confundí y me comí una parte del texto que copié en el pizarrón.

A las doce del día ya me estaba muriendo de hambre, así que caminé apresurada a mi restaurante favorito y como tenía los ojos muy abiertos decidí probar un nuevo platillo. ¡Estuvo delicioso!

Luego volví al departamento. ¡Mis vecinos tenían la música a todo volumen! ¡Música que me gustaba! Entonces me di cuenta de que mi oído también estaba despierto.

A las cuatro de la tarde tuve que salir de nuevo. Decidí probar una nueva ruta para llegar a la escuela, ¡mis pies también estaban despiertos porque no me perdí para nada!

Los lunes anteriores la pesadez ahogaba mi persona. ¡Éste fue diferente! Y debí verme ligera porque todos me hablaron y planeamos cosas y reímos mucho e intercambiamos opiniones. Y nuestras palabras eran tan alegres que flotamos en la charla.

Se hizo de noche y yo me di cuenta de que todos mis sentidos estaban despiertos porque podía correr y cantar y observar y tocar. Y el cielo no se veía porque la ciudad tiene una nube enorme sobre ella, justo como se cree que los lunes tienen un algo maléfico en su nombre.

Y llegué otra vez al departamento y me hacían cosquillas las ganas de escribir. Tanto que en serio tuve que ponerme a escribir, porque mis amigos saben que las cosquillas me llevan a la locura. Y las letras son mis amigas también.

Escribí: Lo que me hace falta son más lunes como éste.

16 marzo, 2014

El abuelito que caminaba como cangrejo

Lo vi cuando salí del metro, un señor con el cabello cano, caminando de lado por todo el pasillo. De lado, en serio. Paso por paso hacia la izquierda. Toda la gente apresurada le dedicaba una mirada o dos, porque nadie podía creer que ese señor, de verdad, estuviera haciendo eso. Es decir, le crees las locuras a los jóvenes porque son jóvenes y porque uno siente que los pocos años son justificación perfecta para cualquier babosada. Pero ¿un anciano? ¡Por favor! Ellos deberían estar agonizando en una enfermedad inminente.

El abuelito caminaba como cangrejo, ajeno a las miradas de sorpresa. Ajeno a mi mirada de sorpresa. Sin prisa, incluso sonriendo. Un pie por cada cuadro de azulejo en el piso. La verdad es que eso me llenó de emoción, como una verdad proclamada de que mi ancianidad no se reduciría a la miseria. Porque después de todo, ¿quién sabe lo que ha de suceder?

Con mi prisa caminé a su lado hasta rebasarlo. La prisa, la prisa. Hasta rebasarlo, aunque entonces volteé. Lo miré y sonreí. Él sonrió. Y luego seguí con la prisa que me jalaba los brazos. La prisa, la prisa.

14 marzo, 2014

Pienso, mi amor, en ti todas las horas

Soneto de Salvador Novo:

 

Pienso, mi amor, en ti todas las horas

del insomnio tenaz en que me abraso;

quiero tus ojos, busco tu regazo

y escucho tus palabras seductoras.

Digo tu nombre en sílabas sonoras,

oigo el marcial acento de tu paso,

te abro mi pecho —y el falaz abrazo

humedece en mis ojos las auroras.

Está mi lecho lánguido y sombrío

porque me faltas tú, sol de mi antojo,

ángel por cuyo beso desvarío.

Miro la vida con mortal enojo;

y todo esto me pasa, dueño mío,

porque hace una semana que no cojo.

12 marzo, 2014

¡Abrázame con letras!

El libro de los abrazos de Eduardo Galeano gusta lo leas por donde lo leas. Conformado por textos breves permite al lector no sólo leerlo de distintas formas, sino también tomar un respiro después de cada página para asimilar el sentimiento que surge. Me gustó. Es como leer el blog de Galeano, porque son reflexiones de la vida cotidiana, pequeñas historias que encierran un significado, anécdotas que han sido plasmadas no sólo con el fin de recordarlas, sino con la espera de que perduren en la memoria por lo grandioso de su situación.

Miradas del exilio al que fue sometido Galeano. Desde la revolución constante contra el sistema en donde participan él y sus amigos, hasta los sueños de Helena que dejan escalofríos. La familia y la opresión también son tocados de diversas formas. Y, por supuesto, todos reflejan una mirada veraz y compleja acerca de América Latina. Una excelente opción para acercarse a la obra de este importante escritor uruguayo.

Como su título lo indica, cada texto es un abrazo literario. Un “no estás solo”. Un “sé que la injusticia sigue palpitando”. Un “desahógate, yo lo he hecho”. Al menos eso me pareció a mí. Y reafirmé algo: ¡las letras pueden ser físicas, es decir, puedo abrazar y besar con mi prosa, mi poesía, mi historia! Eso hace Galeano y por eso lo celebro.

10 marzo, 2014

¡Si en México hay tanto!

Me pregunto cuántos mexicanos conocemos nuestra historia. ¿Cuántos de nosotros nos detenemos a pensar en nuestros orígenes? México es un país relativamente joven comparado con los grandes viejos de Europa y Asia. América es joven, muy joven. Lo poco que sé de historia lo aprendí en quinto de primaria, pues a mi profe le encantaban las culturas antiguas: aztecas, mayas, olmecas. Nos contaba grandes hazañas indígenas y las iba tejiendo de tal forma que siempre fueron para mí como un misticismo que antecedía la historia de mi familia.

Luego aprendí un poco de historia universal cuando iba en el CCH, la maestra no nos miraba a nosotros, pero parecía que tenía frente a sí al mismísimo Bonaparte o a Churchill o a Hitler. Me quedó claro que México es uno entre muchos, que nuestra realidad lacerante es consecuencia de un desorden en todos los ámbitos de nuestra vida. Historia de México, de América, propiamente, no creo haber aprendido. Sólo sé que en la secundaria me dijeron que no hay buenos ni malos, que tanto Miguel Hidalgo como Maximiliano, Porfirio y Vasconcelos tenían mucho que enseñar y mucho que ocultar.

Pero eso sí, el odio incomprensible hacia Hernán Cortés fue inamovible. Desde la primaria, la secu y la prepa no recuerdo nunca a nadie decir: “Cortés fue un hombre de su época, en busca de nuevos territorios llegó a los aztecas y, cegado por la pasión religiosa del momento, arrasó con los antiguos dioses pues los aztecas eran una sociedad entregada a los sacrificios…” Todo lo que se decía era que los españoles vinieron a arruinar nuestras raíces, vinieron a contaminar de sus prejuicios y clases sociales la limpia percepción de la vida que nuestros antiguos guardaban.

La ruta de Hernán Cortés de Fernando Benítez nos hace viajar junto con el español a través de los mares y las costas americanas, la prosa tan exquisita nos sumerge en las maravillas de la nueva tierra, todo es asombroso ante nosotros. Pocos mexicanos, casi nadie, se salvan de no tener sangre indígena y “extranjera” en el cuerpo. Yo, por ejemplo, sé que la familia de mi abuela materna era española y vino a México a asentarse en las tierras del mágico Tepotzotlán. Benítez crea una reflexión certera y dolorosa sobre nuestras raíces, sobre el significado de ser criollo o mestizo y de cómo la sociedad fue amoldando a los nuevos héroes que… bueno, basta decir que México sigue sumido en la miseria.

Pero antes de llegar a la trágica conclusión (que, ahora que lo pienso, también puede ser un deje de esperanza por parte del autor), hacemos todo el recorrido de Cortés hasta la gran Tenochtitlan. Es mágico el libro, porque luego de contar lo sucedido hace siglos, Benítez se enfrasca en una reflexión de los lugares en la actualidad (bueno, en su actualidad, hace 50 años). “Así era Xalapa cuando los españoles la vieron por primera vez, así es ahora Xalapa, ¡miren qué hermosa!” ¿Qué podemos decir hoy de ella?

El dibujo que hace de Tlaxcala es impresionante, a nadie que haya puesto atención en sus clases se le olvida que los tlaxcaltecas junto con la Malinche son el epítome de la traición, pero ante la pluma de Benítez se destacan como personajes inteligentes cuyas acciones fueron el resultado de una sed de venganza, pero antes de eso, de un deseo de permanecer vivos.

Recomiendo ampliamente el libro a todos aquellos que quieran entender mejor el trance histórico de descubrir un nuevo mundo, que casualmente resulta ser el mundo en que vivimos: México. Benítez no aburre, sino que parece que uno estuviera leyendo el cofre de tesoros, y hay una gran bibliografía que lo respalda, además de anécdotas curiosas que, estoy segura, nadie ha escuchado en sus clases de historia. Además, la reflexión constante del pasado con el presente hacen que a uno se le antoje ir a recorrer los pueblos mexicanos que suelen quedar relegados a los sueños de conocer Europa. ¡Si en México hay tanto!

08 marzo, 2014

El amor cuando todo es perfecto

El amor da sombra en un día caluroso, pero luego de algunos minutos comienza a sentirse el frío. No lo puede todo el amor, así que nos lanza de nuevo al sol y cuando la piel vuelve a tostarse, de nuevo sale al rescate para cubrirnos con su bálsamo contra quemaduras.
El amor es un universo enorme si nos sentimos desprotegidos, despliega sus mil brazos para arrullarnos y cobijarnos con cada uno de ellos. Pero luego nos mareamos y nos cansa, así que preferimos correr grandes distancias para alejarnos de la multitud del amor. Nos da sed y bebemos amor. Nos llenamos de amor y lo escupimos.
Caemos y el amor pasa volando, así que saltamos hasta colgarnos de él. Pero después nos soltamos porque el amor lleva una dirección distinta a la nuestra. Y al estrellarnos contra el suelo nos duele muchísimo, sin embargo, el amor llega a curarnos. Porque el amor todo lo cura. Aunque también todo lo descompone.
Y el amor, cuando todo es perfecto, baila alocadamente que nos hace sentir mal. Porque hay algo de la desgracia que nos gusta, algo de lo malo que siempre nos ha atraído, algo de lo prohibido. El amor cuando todo es perfecto pronto se convierte en otra cosa, y quiere dolor y desafío para fortalecerse y volver a lo que era. Y nunca vuelve a ser lo que era, siempre ha de estar cambiando.
Es un amor bueno. Es un amor malo. Es un amor ambivalente.
El amor cuando todo es perfecto se parece a lo que siento por ti.

06 marzo, 2014

Estamos en construcción

Parecerá que no, pero sí. Hace unos días me fue revelada una verdad: soy un ser en construcción. Tantas ideas, tantos tropiezos y logros, tanto de mí, todo eso forma parte de un yo futuro que siempre será un yo futuro. La versión final de será la que respire un segundo antes de la muerte. Y eso quién sabe, porque no he tomado en cuenta la percepción que perdure de mí todavía después de morir. Unos lo llaman crecimiento, otros evolución, otros más dicen que son cambios en la forma de ser, que es aprendizaje, en fin, tiene múltiples nombres.

Lo que sé es que nunca había estado tan consciente de cómo las ideas viven en mi cabeza. Es decir, siempre supe que pensaba porque… ¡pensaba! Pero ahora no sólo sé que pienso, sino que lo siento. Detecto los nuevos conocimientos, comprendo mejor lo que antes no entendía, disfruto mis despistes y, también, me inspecciono con mayor rigor y coraje. He notado mis debilidades, como cuando un arquitecto mira el plano del edificio que quiere ver construido.

Yo deseo ser el edificio más alto de la ciudad de mis pensamientos. Cada día borro una línea o agrego otro trazo.

¿Cuánto habré construido hasta el último de mis días?

04 marzo, 2014

Valiente

Hoy era la madrugada ideal para beber una cerveza, pero no quise hacerlo. Quise, por un solo día, no tener el sabor amargo en la boca y el mareo gracioso de saberse ebrio y feliz y loco. Sobrio, para afrontar con dolor y entereza todo lo que está sucediendo. Sobrio, con la realidad lacerante. Me dicen valiente, porque de todos los que estamos aquí soy el único que ha prescindido del alcohol y de la droga justo en el día en que nos exterminarán a todos.

Oigo mi nombre claro y fuerte.

¡Qué terrible es saberse vivo!

01 marzo, 2014

La última película de Hayao Miyazaki

El viento se levanta, en español. Kaze Tachinu, en japonés. La última película de Hayao Miyazaki fue un éxito total en su primera presentación en México. El jueves pasado muchisisísimas personas asistimos a una estrecha plaza de Santo Domingo en el Distrito Federal para deleitarnos con esta última creación del director japonés.

Entre apretones, empujones y sobrecupo, una vez que pude hallar un lugar para apreciar la película me dejé llevar por las ensoñaciones de Jiro Horikoshi, un ingeniero aeronáutico que renovó la historia de la aviación en Japón, no sólo por hacer mejores modelos que los alemanes, sino porque su avión terminó estrellándose contra Pearl Harbor. Es decir, Hayao se despide de todos dando una patada en el estómago a los gobiernos. Kaze Tachinu es, por mucho, su película más cruda, la más acercada a la realidad, pues dolor, ambición y sueños se mezclan de una forma estremecedora.

Claras alusiones a La montaña Mágica de Thomas Mann muestran que Hayao no es un hombre cualquiera, el avión surcando el cielo es la casa en la montaña que ha de curarnos de todos nuestros males. Un lugar del que nunca querremos irnos. El motor del sueño de Jiro es, primero la guerra y, luego, el amor. Y el amor lo hace construir su sueño. Aunque ese sueño sea para el beneficio de la guerra. Y es eso, la guerra, lo que espanta a todos. Gran acierto por parte de este japonés de hablar de la segunda guerra mundial desde otra perspectiva.

Y volar. El nombre de la película es hermoso: El viento se levanta. El arte de hacer aviones, de entregarse a una pasión. Y todavía más, el arte de soñar que uno vuela, de despegar simplemente de esta tierra y aventurarnos a lo desconocido. Es imposible no llorar con esa película, aunque el señor de los tamales hubiera gritado a cada rato que todavía tenía atole.

Debes vivir.

Debes vivir.

Si ya viste la película comprenderás la frase con mayor razón.