El viento se levanta, en español. Kaze Tachinu, en japonés. La última película de Hayao Miyazaki fue un éxito total en su primera presentación en México. El jueves pasado muchisisísimas personas asistimos a una estrecha plaza de Santo Domingo en el Distrito Federal para deleitarnos con esta última creación del director japonés.
Entre apretones, empujones y sobrecupo, una vez que pude hallar un lugar para apreciar la película me dejé llevar por las ensoñaciones de Jiro Horikoshi, un ingeniero aeronáutico que renovó la historia de la aviación en Japón, no sólo por hacer mejores modelos que los alemanes, sino porque su avión terminó estrellándose contra Pearl Harbor. Es decir, Hayao se despide de todos dando una patada en el estómago a los gobiernos. Kaze Tachinu es, por mucho, su película más cruda, la más acercada a la realidad, pues dolor, ambición y sueños se mezclan de una forma estremecedora.
Claras alusiones a La montaña Mágica de Thomas Mann muestran que Hayao no es un hombre cualquiera, el avión surcando el cielo es la casa en la montaña que ha de curarnos de todos nuestros males. Un lugar del que nunca querremos irnos. El motor del sueño de Jiro es, primero la guerra y, luego, el amor. Y el amor lo hace construir su sueño. Aunque ese sueño sea para el beneficio de la guerra. Y es eso, la guerra, lo que espanta a todos. Gran acierto por parte de este japonés de hablar de la segunda guerra mundial desde otra perspectiva.
Y volar. El nombre de la película es hermoso: El viento se levanta. El arte de hacer aviones, de entregarse a una pasión. Y todavía más, el arte de soñar que uno vuela, de despegar simplemente de esta tierra y aventurarnos a lo desconocido. Es imposible no llorar con esa película, aunque el señor de los tamales hubiera gritado a cada rato que todavía tenía atole.
Debes vivir.
Debes vivir.
Si ya viste la película comprenderás la frase con mayor razón.
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