22 noviembre, 2020

Escribí una lista

 Mi papá murió en la mañana del 1ro de agosto. Por la tarde yo estaba ardiendo en el miedo de olvidar todo lo que vivimos juntos. Comenzó con un pensamiento: ¿cómo se supone que me voy a acordar de todo? ¿Escribiéndolo? Es demasiado.  ¿Debo resignarme a olvidar los detalles, a transformarlos? ¿No es mi pasado sólo una historia? ¿Ahora mi papá sólo es una historia? Y mientras pensaba en eso las lágrimas salían en silencio.

Pero aún así hice una lista.

  1. El último mensaje de texto que papá me envió decía Te amo.
  2. Hubo un viaje que hicimos y en el camino sonó Queen, yo tenía cinco años.
  3. En ese mismo viaje tocamos las nubes porque la carretera estaba en un cerro elevado. Me acuerdo muchísimo de ese momento. Papá estaba muy feliz de que pudiéramos hacerlo.
  4. Jugamos mucho ajedrez en el último año. Yo gané la última partida.
  5. Un día descubrí que mi papá llevaba siempre entre sus papeles un examen de latín donde saqué diez.
  6. Unos días antes de morir, papá nos compró mole. Estaba delicioso.
  7. Papá todavía quería leer a Platón.
  8. Papá me enseñó todo lo que sé de matemáticas.
  9. Un par de días antes de morir, papá me contó que soñó con una pintura de Escher.
  10. Papá me llamaba por teléfono en las mañanas para que fuera a desayunar con él.
  11. También me hablaba por teléfono cuando estaba ebrio y decía que me quería mucho y que estaba orgulloso de mí. Hubo veces que no contesté.
  12. La risa de papá era contagiosa y siempre contó los mejores chistes.
  13. Recuerdo a papá leyendo en el portal.
  14. Papá me decía mi niña genio, mi muchachita.
  15. Papá quería que yo siguiera escribiendo.

Papá quería que yo siguiera escribiendo. Yo también quiero seguir escribiendo. Lo voy a intentar. Lo voy a hacer. Después de todo un día también me he de marchar. ¿Nos volveremos a ver? Si hay tanta incertidumbre, elijo creer que sí.

29 julio, 2020

Mi abuelo se ha marchado

Mi abuelo falleció hace diez días. La última vez que lo ví me pidió cuidar de mi padre, le dije que no se preocupara. También recuerdo haberlo abrazado y él me dijo que me quería mucho. Nunca supe bien qué decir cuando estaba con él, pero él siempre me hizo saber que yo era su orgullo. Una vez le enseñé un vídeo donde yo había salido en la tele, tuvo una sonrisa enorme mientras lo veía.
Mi abuelo siempre tuvo una presencia tranquila. Tenía un vozarrón cuando se enojaba y una dulce vocecita cuando pretendía hacer cariñitos a alguien. Fue un hombre trabajador y honesto. Campesino. Comerciante.
El día de mi último cumpleaños me dió 200 pesos junto con mi abuela. Yo no los quería recibir, me dijo alto y fuerte: Siempre recibe el dinero que te quieran dar estos pobres viejos, te lo estamos dando de corazón. Los recibí. Él me abrazó con fuerza.
Sufrió mucho mi abuelo y ahora las historias que sé sobre él se me agolpan en la garganta. Comienzo a sacarlas de a poquito, con esta publicación. ¿Cuántas serán?
Mi abuelo se ha marchado y yo sé que lo voy a extrañar.

15 julio, 2020

El fruto

Todo comienza con la certeza de que las cosas no deben ser así. Pero antes de poder decir algo, de actuar, de exponer lo doloroso, decido poner mil capas encima.
La capa de la incredulidad. 
La capa del enojo fulminante.
La capa del miedo exacerbado.
Se cubre la herida expuesta que no hace más que supurar, pero ya no es visible, ya puedo omitirla, hacer como no está. Y pronto todo es un reguero interno de sangre que no es sangre, un reguero de cosas no dichas que intenta desbordarse, salir, fluir sin freno. Y pongo más capas, porque tengo muchas. 
Aunque luego haga calor y termine ahogándome.

Me pregunto cómo será tomar en las manos eso que oculto, ¿será como el fruto dorado que tomó aquel mono al que le surgieron alas?

12 julio, 2020

Escenarios conocidos

El sueño comienza en una vereda donde al costado hay un árbol de ramas desnudas. Al notarlo, descubro el truco y digo: 
—He estado aquí antes. 
Quienes me acompañan me miran con atención, yo insisto: 
—Esto es un sueño, caminaremos por esta vereda, llegaremos a una cueva, libraremos algunos obstáculos. Sé lo que hay que hacer y tal vez lo que sucederá. 
Ojalá pudiera saber quiénes son los que están conmigo, sólo recuerdo a mi hermano.
Se hace lo que digo: caminamos por la vereda, llegamos hasta la cueva. Comienzan los peligros y yo me siento dueña de ese escenario conocido: 
—Gira por aquí, guarda silencio en este tramo, procuremos no correr o caeremos al abismo. 
Es como predecir el futuro, pero en terrenos oníricos no existe el tiempo.
Salimos ilesos de la cueva. Pienso: 
—Si soñara esto por vez primera, hubiera sido una pesadilla.
Fue una pesadilla antes.
Pero ahora no hubo espacio para el miedo.
¿Podrá trasladarse esto al tiempo tangible?

05 julio, 2020

Un sueño elegante


"Tanto tiempo sin saber de ti no le hace bien al corazón ni al cuerpo"
Despacio, Isla de Caras

Llevo varios intentos de esta entrada. Escribo una docena de renglones y borro. Pensé en iniciarlo de mil modos, termino eligiendo éste. Es raro volver cuando parece que me fui para siempre. Pero no fue así, siempre tuve la esperanza del regreso.

Han sido meses muy extraños. Me gusta estar conmigo, sin las agitaciones diarias que venía manejando desde hace tiempo. Puedo hacer un huequito para esto que me abraza. También me gusta estar con mi familia y emular, de alguna manera, toda esa vida que tuve antes de mudarme a la Ciudad de México. 

Conversé con mi hermano ayer por la madrugada, me dijo: te fuiste mucho tiempo. Pero ahora estoy aquí. Ni en los miles de escenarios que pude imaginar estaba éste: una pandemia consumiendo al mundo, un virus que me hizo volver a casa.

Tengo algunas historias que puedo contar.

Hoy le conté a mi familia un sueño que tuve:
Iba a Grecia y luego a Francia. En Grecia me quedaba contemplando un paisaje iluminado por el ocaso, lleno de ruinas, árboles y silencio. Me sentía... contemplativa. Luego, de la nada, ya estaba en Francia. Tenía que dar una conferencia en una escuela adonde me habían invitado. Todo salía bien. Al terminar, me daba cuenta de que aún faltaba mucho para mi vuelo de regreso a México. Me quedaba un rato sentada en el patio, mientras veía a algunos estudiantes hacer deporte. Todos hablaban en francés. Yo también. Buscaba en el celular lugares cercanos que pudiera visitar, Google me sugería ir a los Campos Elíseos, estaba cerca. Eso decidí. Me puse de pie, salí de la escuela y comencé a caminar por la larga avenida. Había carros, ruido, edificios antiguos. Y al final de la avenida, el sol iniciaba su descenso.

Mi hermano también dijo: me gustaría tener sueños tan elegantes como el tuyo.