15 junio, 2012

La mirada de Elizabeth

Estos últimos meses han sido una odisea total. La furia del fin semestral arremetió contra mi persona como un viento potente que me llevó volando muy lejos. Literal: estas vacaciones conoceré Grecia, así que ya pueden darse una idea de todas las cosas inesperadas que siguen sucediendo en mi vida. Este blog para mí es una de las cosas más importantes en mi formación como escritora y me entristece mucho abandonarlo como lo hago. Pero ¿saben? en realidad soy así con todas las cosas. Mi desinterés y descuido me ha traído consecuencias tristes y, si no graves, a veces sí me hacen sentir mal. Lo que hoy me ha motivado a regresar por estos lares ha sido un encuentro inusual con mi prima Elizabeth. Deben recordarla, alguna vez escribí sobre el suicidio de su hijo, hace ya dos años, en la entrada La persona de las sonrisas. Ahora que estoy en casa me he dedicado a leer y escribir, ambas cosas me hacen sentir muy bien y casi no me despego ni del libro en turno, ni de la estructura de mi novela. Ese día yo estaba afinando los detalles del capítulo cinco de Soise Resurger cuando Elizabeth tocó el timbre de la casa. Venía acompañada de una sobrina de ocho años y nos traía la esquela de invitación para la misa de su hijo por los dos años de su fallecimiento. ¿Recuerdan que aquella vez les hablé de su sonrisa? Dije que ella era la persona de las sonrisas en su casa, dije que era muy alegre y animosa hasta que su hijo murió. Ahora que la vi el corazón se me encogió de pronto. Entró y comenzamos a platicar, ella tan suelta como siempre. Le dije que ya me faltaba muy poco para terminar la licenciatura y ella se alegró mucho porque me conoce desde pequeña. Me habló de su segundo hijo que este año entra a la preparatoria y también ahondó un poco sobre sus sobrinos que eran mis amigos de la primaria. [Como simple dato curioso, me inspiré en uno de ellos para uno de los personajes de Soise Resurger]. En fin, conversamos como si la vida pasara, pero como si al mismo tiempo se quedara estática. Como si fuéramos dos entes inamovibles que simplemente ven la vida pasar y que se asombran con los cambios y que se sienten felices con los logros. Y entonces mencionamos a Ricardo y yo creí que las lágrimas asomarían a sus ojos, pero no. Su mirada fue más bien como un pozo profundo. Sentí de pronto que detrás de ellos había un espacio lejano y oscuro, no sé si me explico. Profundos y tristes, completamente reveladores de su dolor. Sentí que hubiera preferido que llorara antes que ver esa inmensidad en su mirada. Era como si a través de sus pupilas derramara la tristeza y la depositara en mí como una especie de consuelo, como diciéndome: Ánimo, duele, pero sigue adelante. Cuando sus ojos se encontraron con los míos me quebré de pronto, de por sí soy muy sensible. He estado rota desde hace tiempo y me he pegado como he podido. Encontrar su mirada en mi plano visual me tambaleó de nuevo. Como siempre, comencé a preguntarme un montón de cosas. Ella me hizo ver que se había entregado a la vida con un loco furor y que yo tenía que hacer lo mismo. Todo su pilar era ese dolor, ese inmenso dolor que la partía mil veces y que al verla me brindaba un poquito de todo lo que ella sentía. Tan sólo un poco, apenas algo. La muerte ronda siempre. Y ya saben que se ha acercado a mí un par de veces. Muchos me dicen que soy muy radical al imaginar que puedo morir hoy en cualquier momento por cualquier cosa, pero es que así es. Esa mirada se anidó en mis más hondas enseñanzas. Adentro, en las raíces meras de mi concepción del mundo. Y después, no lo van a creer, luego de esa mirada tan insondable llegó el sonido de su risa. Un agua clara inundando por completo el vacío. Un sonido alegre y también profundo, tristemente feliz o felizmente triste, no lo sé. El sonido de la fuerza, de la esperanza y del aguerrirse. Se fue y yo me quedé pasmada. Todos los días me sorprendo de muchas cosas y esa mirada seguida de la risa me dejaron una impresión que tenía que ser escrita. Siempre he dicho que soy muy feliz y es verdad, aunque algún tiempo un amigo me hizo dudar de tal afirmación porque me dijo que siempre me veía más triste que feliz. Yo le dije que me alegraba la tristeza y él dijo que eso no era posible y que, de hecho, nadie podía ser realmente feliz. Tal vez sea que no todos pueden tomarlo así. Estos meses han sido en verdad una odisea y yo quiero contarles un montón de cosas, pero ya no quiero prometer nada porque siempre me traiciono. Espero que todos estén bien, muchas gracias, de verdad, por leerme.