Parecerá que no, pero sí. Hace unos días me fue revelada una verdad: soy un ser en construcción. Tantas ideas, tantos tropiezos y logros, tanto de mí, todo eso forma parte de un yo futuro que siempre será un yo futuro. La versión final de mí será la que respire un segundo antes de la muerte. Y eso quién sabe, porque no he tomado en cuenta la percepción que perdure de mí todavía después de morir. Unos lo llaman crecimiento, otros evolución, otros más dicen que son cambios en la forma de ser, que es aprendizaje, en fin, tiene múltiples nombres.
Lo que sé es que nunca había estado tan consciente de cómo las ideas viven en mi cabeza. Es decir, siempre supe que pensaba porque… ¡pensaba! Pero ahora no sólo sé que pienso, sino que lo siento. Detecto los nuevos conocimientos, comprendo mejor lo que antes no entendía, disfruto mis despistes y, también, me inspecciono con mayor rigor y coraje. He notado mis debilidades, como cuando un arquitecto mira el plano del edificio que quiere ver construido.
Yo deseo ser el edificio más alto de la ciudad de mis pensamientos. Cada día borro una línea o agrego otro trazo.
¿Cuánto habré construido hasta el último de mis días?
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