21 febrero, 2024

La primera vez en El Laberinto

 El primer sitio en el que me quedé era un departamento conocido como El Laberinto; pero yo no tenía la más remota idea cuando llegué con mi par de maletas y me tumbé en la cama blanda. Con el paso de los días descubriría esas puertas detrás de los espejos. Puertas abiertas, puertas sin cerrojo, puertas descompuestas, todas con el anhelante deseo de ser atravesadas. Algo me decía que las ignorara; así que ocupaba mis días en explorar la ciudad, recordar la visita que me hice, preguntarme si acaso no sería mejor irme de ahí. ¿Pero a dónde? Entonces las puertas se presentaban ante mí con insistencia, me mostraban la respuesta.

Un día, cuando el sol ya se había colado por la ventana e iluminaba todo el desastre que tenía en la habitación, se escuchó el clamor de una explosión. Sentí que el estruendoso sonido había hecho un hueco en mi cabeza. ¿Una bomba? ¿Una guerra? Pronto se mezclaron los gritos de personas con las sirenas de patrullas y ambulancias. Con el pánico ascendiendo por mi cuerpo, me asomé por la ventana que había perdido sus cristales. No podía ver mucho debido al polvo, pero descubrí que el edificio al lado del mío había colapsado. Sentí la urgencia de marcharme.

Tomé lo que pude y me apresuré en llegar al baño. Quité con cuidado el espejo que estaba encima del lavabo, apenas fracturado por el terrible sonido. Ahí estaba una de las puertas. Era amplia, hecha de madera, casi de otro tiempo. La empujé con un solo dedo y cedió abriéndose ante mí, mostrando unas escaleras que llevaban hacia alguna parte. Afuera, el caos iba en ascenso.

No lo pensé más y, por fin, la atravesé.


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