01 marzo, 2024

El Árbol

¿Cuánto habré caminado? Bajé las escaleras y pronto dejé de escuchar el barullo de afuera. Pronto, también, llegué a un camino subterráneo, oscuro y sinuoso. No sabía si simplemente estaba debajo de la ciudad o en algún otro lugar, otro mundo, otro tiempo. Pensé que si seguía el camino, en algún momento aparecería una salida. Y así fue, aunque tardé por lo menos tres horas en encontrarla. De hecho, para ese momento, estaba desesperada, cansada y hambrienta.

Además, no era una salida común. Se trataba de las raíces de un árbol que no me habrían llamado la atención de no ser por su peculiar brillo, iluminando con fuerza el camino que había seguido hasta el momento. Me acerqué a ellas con la esperanza de encontrar alimento o algo que me diera una pista acerca del lugar en el que me encontraba; no quería reconocerlo, pero el miedo de estar sola y perdida comenzaba a apoderarse de mí. Y al estar muy cerca de esas raíces y notar lo enormes que eran (se alzaban formando un tronco tan alto que tenía que levantar la cabeza para poder apreciarlo) fue que vi la salida. Era una puertita en el nudo de las raíces. Una puertita que se abrió en cuanto la vi.

Cuando la crucé un hombrecito me esperaba sentado bebiendo una taza de café.

—Toma asiento, sé que estás hambrienta, así que he preparado algo especial.

Había una mesa dispuesta con varios alimentos y yo, emocionada, me senté dispuesta a disfrutarlos.

—¿Quién es usted? —pregunté con cautela.

—El Árbol.

—¿El árbol? ¿Este árbol en el que estamos? ¿Su espíritu o algo así? —expresé maravillada.

—Come primero —me indicó el hombrecito y yo decidí hacerle caso.

Sobra decir que todo estuvo delicioso. Mientras probaba los platillos que el hombrecito había preparado, observé que ese sitio era un lugar cálido. Estábamos dentro del tronco de un árbol y el olor a resina fresca lo inundaba todo. Se respiraba verde. La decoración consistía en unas cuantas plantas, muebles pequeños repletos de libros, adornos de porcelana y en el fondo una cama. Pronto me sentí satisfecha y le di las gracias al hombrecito, que al mirarlo con atención parecía compartir rasgos con el tronco: su cuerpo, de alguna manera, parecía hecho de madera aunque no lo era; su cabello parecía ser de hojas, aunque estoy segura de haber visto cabello; su mirada era tan profunda y luminosa como las raíces que yo había visto.

—Descansa primero, debes tener sueño.

Y sí, lo tenía. Ni siquiera sé bien cómo o por qué, pero supe que aquella cama en el fondo era para mí, que ese sitio fue dispuesto para mí desde hacía mucho. Me acordé de la casa de Doña Aiuola, aquel personaje maternal de La historia interminable, que cuida y protege a Bastian cuando él está deshecho. ¿Este era el sitio que me recompondría? ¿Pero de qué? Si mi aventura apenas empezaba. Pensando en todo esto fue que me recosté en la cama blanda y me entregué a la tranquilidad del sueño.

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