Aprendí a volar a los cuatro años, como dijeron los maestros que se elevaron en el aire y me dejaron atrás. Estoy segura de que el sueño de volar está relacionado hasta cierto punto con la serie creada por Akira Toriyama, la de Dragon Ball. Supongo que en algún momento de mi temprana infancia, el hecho de ver volar a Gokú despertó algo en mi interior. Durante muchas noches seguidas tuve sueños fascinantes, en ellos aparecían esos maestros que ahora sólo son puntos en la lejanía, me sorprende que no vuelvan por mí.
Para volar hay que soltarlo todo, me acuerdo de eso. Hay que buscar un sitio alto y lanzarse con confianza. Los maestros decían que en el mundo real la gravedad tenía la máxima autoridad, pero en el mundo onírico era posible canalizar la energía de nuestro ser para volver al cuerpo liviano, adaptarlo a las corrientes de aire, volverse un ente en comunión con todo lo demás, tan impresionantemente como nunca podría hacerse fuera del sueño. Para conseguir esa comunión había que tener fe, confianza y valentía. ¡Es tu sueño!, me decían en voz alta. ¡Es tu sueño! ¡Tú lo controlas! ¡Tú lo eliges! ¡Tú puedes hacerlo! Yo, con cuatro años, no dudé ni un momento en que eso era verdad. Todavía recuerdo el impulso que tomé cuando me lancé del precipicio. Había otras personas junto a mí, algunas de ellas exclamaron de alegría cuando pude elevarme sobre sus cabezas. La tarea estaba hecha: había aprendido a volar.
Y volé mucho durante muchos sueños, vaya que lo hice. Por eso no me explico por qué ahora no soy capaz de despegar los pies del suelo. Siento la frustración de alguien que tiene dentro de sí la sospecha de ya no poder hacer algo que antes se le daba natural. Me acuerdo de ese episodio de Dragon Ball Z donde Gohan le enseña a Videl a volar. Al principio tiene reticencia, él está seguro de que es una actividad sólo destinada a los saiyajins y Videl es humana. Pero Videl lo consigue. ¿Cuáles eran las instrucciones? Es necesario controlar el ki y expulsar el poder poco a poco. Sonrío al descubrir que intento identificar mi ki, pero en realidad no recuerdo cómo hacerlo.
Los maestros se han perdido en la distancia. Decido intentarlo una vez más. Me preparo, tomo aire y corro para lanzarme desde lo alto de la colina. Justo cuando llego a la orilla del precipicio ¡me lanzo! Todo a mis pies se vuelve borroso y confuso. ¿Estoy cayendo? ¿Sigo cayendo? Creo que caeré definitivamente y cuando cierro los ojos esperando el golpe final, todo se oscurece. Hay un hoyo negro que me traga.
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