03 agosto, 2022

Salí a buscar pericón

 ¿Cuántos intentos se necesitan para encontrarte? Toda la vida he pensado que estás en un lugar al que tengo que llegar, pero la travesía se complica. A veces dudo de tu existencia, a veces simplemente no tiene sentido. Pero recuerdo todo eso que sentí la primera vez que supe de ti y elijo creer que esto se trata de alcanzarte. 

Hoy fui a la tienda, caminé casi un kilómetro buscando una hierba que nadie vendía. Por un momento te comparé con esa hierba: pericón. Le da sabor a los elotes hervidos y sé que tú podrías darle sabor a mi vida. Pero ninguna tienda tenía; todos decían que en otro momento sería más sencillo encontrarla. ¿En qué momento? Esa concepción del tiempo me altera. No hay tiempo, esa idea de él que tengo en mi cabeza nunca va a llegar. Es solo una idea. Siento como si caminara por la calle conocida, buscándote en todos los rincones, con la esperanza puesta en días que no van a existir.

Mientras caminaba, traté de identificar todos los sonidos que llegaban a mis oídos: automóviles pasando, los pájaros saludando desde las ramas, fragmentos de conversaciones de las personas que caminan, una que otra radio encendida, una que otra canción que se cuela en el ambiente. El sonido del viento. El sonido de los pasos sobre el asfalto. ¿Qué estarás escuchando tú ahora mismo? ¿Cómo es donde tú vives? ¿Es como aquí? Un municipio en el Estado de México, en un país llamado México, en un continente llamado América, en un planeta llamado Tierra. ¿Cómo podrías definir ese lugar que habitas?

Me gusta pensar que se puede parecer a un bosque. Me gustan los bosques con sus árboles altos, el suelo tapizado de hojas, los sonidos de los cientos de especies animales que los habitan. Me gusta mirar hacia arriba y ver obstruido el cielo por las ramas. La luz del sol que encuentra huequitos para colarse. El olor a humedad, al color verde. ¿Vives en un lugar así? Tengo la sensación de que sí porque ese tipo de sitios brindan mucha paz y tengo la sensación de que tú habitas la tranquilidad.

Sigo caminando, no hay pericón. No estás tú. Sigo caminando por una calle asfaltada, mientras pienso en los bosques. Pensarte me da ánimos; aunque, te digo, no estoy segura de que existas. Sin embargo, si tanto te estoy delineando, si hasta estoy describiendo un posible lugar que es habitado por ti, de alguna forma ya estás acá. ¿Qué es la existencia? Yo también podría ser el resultado del pensamiento de alguien. Dicen que somos producto de la imaginación de Dios. ¿Tienes consciencia de ti? ¿Tienes un cuerpo? ¿Qué es lo que sueles comer? Tengo muchísimas preguntas. Tantas preguntas que sonrío mientras sigo buscando el pericón.

Ahora me enfoco en la vista. ¿Qué veo? La calle que se tiende frente a mí, el color deslavado de los automóviles que pasan, los rostros de las personas (muchas traen el ceño fruncido), el color vívido de las verduras y de las frutas. Veo a los niños que salen del kinder, son tan pequeños y tan sonrientes. Veo hacia el frente, siempre hacia adelante. ¿Por qué? No se me ocurre mirar a otro lado. ¿Qué ves tú ahí donde estás? ¿Cuál podrías decir que es lo más sorprendente en un radio de cinco metros? Yo me detengo para considerarlo, ¿qué puede ser? Es que, si quiero ser intensa, podría decir que todo. Todo es sorprendente, hasta esa basura tirada en el suelo. Pero no quiero ser intensa, quiero ser exquisita. Quiero hacer una verdadera clasificación entre lo que me sorprende y lo que no. ¿Qué puede ser? ¿Qué es lo memorable? Estoy pensando. 

Tal vez… tal vez lo sorprendente son esos dos niños que han salido de la escuela y regresan a sus casas en bicicleta. Me parece sorprendente porque se nota que disfrutan el paseo. ¿Has andado en bicicleta? Si vives en un bosque, quizá tu bicicleta sea especializada. O tal vez no tengas. Pero yo creo que sí, porque la bicicleta es uno de los mejores inventos de la humanidad. Veo que esos niños sonríen, sienten el viento en sus rostros, aumentan la velocidad, sueltan el manubrio. Sienten eso que llamamos libertad. Sí, creo que eso sería lo sorprendente de este paseo. Salí a buscar pericón, pero no encontré. Y, en cambio, sonreí al ver dos niños yendo en bicicleta hacia sus casas.

Así que escuché y miré, mientras buscaba pericón. Pero aplica también si asumo que en realidad te estoy buscando a ti. La única diferencia, tal vez, es que no siempre tengo que caminar hacia ti. Hasta sentada e inmóvil parezco buscarte y buscarte y buscarte. Supongo que es una buena razón para existir: no detenerme hasta tener noticias tuyas. Las que sean. Me pregunto qué es lo primero que sabré de ti: ¿Tu nombre? ¿Tu edad? ¿Te encontraré con lágrimas en los ojos o con una sonrisa? ¿Qué canción sonará ese día? ¿Qué libros estaremos leyendo? ¿Te caeré bien? Sé que sí, pero de cualquier modo el miedo me invade.

Te admiro desde ya porque sé que eres mejor que yo. Y al mismo tiempo sé que tú pensarás exactamente lo mismo. Que somos personas magníficas y es una verdadera dicha coincidir y no desistir hasta llegar a este momento en que nuestros caminos se han vuelto uno. Hasta me emociona pensar en esa posibilidad. Me parece, te decía, una muy buena razón para mantenerse con vida. Así que, aunque no sepa bien dónde estás ni cómo luces, aunque a veces dude de que existes, no hay cabida en mi mente de que no nos encontraremos.

Quizá suceda hasta el día en que daré mi último aliento. Quizá en eso consiste esto: aceptar que un requisito es encontrarte en el final de mi existencia. Pero aún eso valdrá la pena. Nos miraremos con agradecimiento. ¿Vendrás ese día de tu bosque con toda esa paz que habitas? Me consuela saber que puede que sí, que podrás sostener mis manos y depositarás ahí esa energía blanca. Yo sentiré su peso cálido y me la llevaré al corazón. Habré entendido. No sé qué cosa, pero siento que estar cerca del momento final nos devela misterios. Sabré muchas otras cosas que en este momento no puedo ni imaginar.

Me doy por vencida en la búsqueda del pericón, pero nunca me daré por vencida en mi búsqueda de tu existencia. Desde el momento en que supe que podrías estar en algún lugar, me aferré a ello. Así he caminado desde entonces.

Vuelvo a casa, informo de la falta de pericón. Hasta mañana se harán los elotes hervidos. Mañana que no existe, que se transforma en hoy en el momento exacto en que atravesamos la medianoche. Por siempre atrapados en el presente. Y, sin embargo, tenemos la sensación de avanzar. Y, sin embargo, siento que estás un poco más cerca, que solo falta un poquito. Un paso más. Una idea más. Un compromiso más. Todo, absolutamente todo me acerca a ti. De repente parece que te veo en el espejo, parte mía que es benévola, compasiva, alegre, en sintonía con ese bosque inmenso. Sé que existes, sé que dudo. Me cuesta mantenerte en el reflejo. Y camino para encontrarte, aunque me dices enfáticamente que no hay nada que buscar. Nada. El cliché se completa: Ese bosque inmenso que imagino no es más que mi propia mente, mi propia vida.

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