31 diciembre, 2011

La tierra daba vueltas

Lo que más amé de todo es que no me sentí sola. Lo que más me conmovió es que pude ser yo. Pude defenderme. Demostrar mi existencia humana. Tengo amigos y eso me hace feliz.

Abril G. Karera, 17 de abril de 2011

 

Sentía que estaba en medio de un torbellino, literal. La tierra daba vueltas y yo hacía lo posible por asirme a lo seguro. No quería caer. No con todas las cosas que aún tenía que decirles. Veía sonrisas en sus rostros y me las contagiaban, pero lo que quería decirles era serio, muy serio. El mundo seguía girando y yo estaba en el centro. Me sentí una heroína, pero no lo dije por si me lo tomaban a mal. Por si exclamaban: “Bueno, por fin la hemos perdido”. No, nunca me perdieron. Ni ese día en que me costaba tanto trabajo mantenerme erguida.

—Ya deja de tomar, Gaby. —dijo alguien que seguro me conocía y creía que era normal prohibirme las cosas.

—No. Es más, sírvanme otra. —respondí para demostrar que aún podía tomar decisiones. Se oyeron carcajadas y mi hermano me sirvió agua, ni siquiera lo noté.

—Prosigamos… —intervine en medio de las risas cuando tuve de nuevo el vaso entre mis manos. —No entiendo por qué no escriben correctamente las palabras, la ortografía es muy importante, denle el lugar que se merece. Respeten el lenguaje. En serio, respeten el lenguaje. Tantos y tantos años en que el hombre ha pasado por este mundo, el lenguaje ha ido evolucionando y seríamos aún más de lo que somos si supiéramos escribirlo correctamente. No nos daría miedo expresarnos. No nos daría miedo enfrentarnos con desconocidos. El lenguaje nos hace. Hagámoslo también.

—¿Te enojan mucho las faltas de ortografía? —preguntó alguien cuyo rostro permanece borroso en mi cabeza.

—Me enojan lo suficiente. Hoy en la mañana fui a la carnicería y tenían escrito cecina con s; sesina. Dime, ¿así cómo esperan que uno les compre? Todas esas personas de los negocios, si tienen faltas de ortografía en los nombres de sus productos, es porque ni siquiera les preocupa lo que venden, porque no tienen visión. Una persona con visión hasta por la ortografía se preocupa. Es una buena forma para conocer a las personas. Pueden estar de acuerdo o no, pero para mí es vital.

—Ya Gaby, vamos a dormir. —surgió otra voz que pensaba que podía darme órdenes.

—No,escúchenme. Me siento feliz de que todos ustedes estén aquí conmigo. Quiero decirles más cosas, pero miren: mi cuerpo pesa horrible. La lengua la tengo adormecida. Si dejo de ordenar a mi cuerpo que se mantenga sentado esto es lo que sucedería. —dejé que todo el peso me llevara y, aunque estaba sentada, mi sentí por primera vez la enorme gravedad que atrae todo hacia la tierra.

—Espérate, Gaby. Ya,vamos a dormir. —de nuevo aquella voz cuyo dueño aún no identifico.

Levanté la cabeza y comencé a observar fijamente a quienes estaban a mi alrededor. Todos sentados, con sonrisas en sus rostros. Pasábamos un buen momento.

—Espera, antes quiero asegurarme de que reconozco a todos.

Se oyó otra tandada de risas y yo comencé a nombrarlos. La tierra daba vueltas y yo los nombré para que se quedaran fijos. Recordaba el nombre de todos porque, después de todo, eran mis amigos. Amigos en el sentido de que varios momentos de mi vida los he pasado con ellos. Buenos y malos. Hasta los primos que estaban presentes los consideraba mis amigos. Siempre ha sido así. Sus nombres salían de mi boca y aunque para ellos era un simple reconocimiento, para mí fue una manifestación de que todavía estábamos en el mundo. De que aún vivíamos y podíamos darnos el lujo de reír a diestra y siniestra. Me dieron ganas de llorar.

—Bueno, vamos a dormir. —decidí al fin, porque no quería que me vieran inundada en lágrimas. La tierra daba vueltas y yo me puse de pie. Me apoyaron para llegar hasta la puerta de la casa. El jardín lucía tranquilo a la luz de las estrellas. Todos ellos se pusieron de pie conmigo. Todavía di algunas órdenes. Todavía conversé con Cecilia largo rato, llorando. Y luego dormí. Soñé que la tierra seguía dando vueltas, que, de hecho, esa es la realidad. Pero que gracias a la familia y a los amigos uno puede sentir que se encuentra en un punto fijo. Viviendo.

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FELIZ AÑO NUEVO 2012 A TODOS LOS LECTORES DE ESTE BLOG.

PAZ, SALUD, FELICIDAD Y AMOR PARA TODOS USTEDES.

29 diciembre, 2011

Alimento

Siento que estoy flotando en un universo triste y desconocido.

Abril G. Karera, 9 de marzo de 2011

 

Todo me golpea. El aire, las palabras, el tiempo, mis materias, las personas, ya no hay nada con sentido en este lugar. Ni yo misma. Te lo dije, te lo he dicho muchas veces: que te quiero y que te extraño, pero tú sólo te limitas a asentir con la cabeza. Demonios, conviértete en el personaje de un libro para que, al menos por las descripciones, intuya tus pensamientos. Y ahora, con todo este embrollo, no me puedo dormir. Sigo viendo tu nombre en la computadora. Te hablo, conversamos un poco de casi nada. Me siento peor. Intentas animarme y accedo a darte gusto, pero no es suficiente. Nunca nada es suficiente.

Soy una bola azul. Una bola de arroz que se come. Y me como a mí misma porque tengo hambre. Una bola de arroz azul. Y sepo rica.

—Sabes rico. —escribes en la pantalla.

Cómeme y disfrútame porque alimento como yo no hay dos. Y una vez que me termine ya no podrás encontrar más. Y tendrás mucho antojo de mí, pero me habré acabado.

—Cariño, deliras. —escribes.

Deliro mucho, es verdad. Pero así es el mejor alimento. Delirante.

—Duérmete. —insistes.

Pero no puedo, te digo que no puedo. No puedo. No puedo. No puedo. Cómeme y dormiré plácidamente. Cómeme ahora porque he de morir algún día. O dime, dime ¿cómo puedo dormir? ¿Cómo puedo dormir si el tiempo pasa tan rápido?

—No duermas entonces, sólo cierra los ojos hasta que amanezca. —escribes finalmente ante tanta vuelta mía.

Y te hago caso. Te hago caso, siempre. Cierro los ojos y acallo todo lo que me explota. Cómeme en el silencio. No me doy cuenta cuando me ha tomado el sueño. No me doy cuenta cuando te has ido.

20 diciembre, 2011

Sepelio

La muerte de los ancianos es, hasta cierto punto, agradable.

Abril G. Karera, 7 de febrero de 2011

 

Hacía demasiado calor en esa habitación. No era para menos, más de veinte personas sentadas, otras tantas paradas, muchas veladoras, velas y el féretro rodeado de los respectivos arreglos florales de condolencias. Era obvio que iba a hacer mucho calor y mucho más si afuera había un sol inmenso que se burlaba del dolor. Rodrigo y yo estábamos tomados de la mano, sin decir nada, sólo presenciando el suceso. Antonio, nuestro amigo, ayudaba a su familia a poner un manteado en el patio para aminorar el golpe de los rayos. Mis manos comenzaron a sudar. Quise soltar a Rodrigo, pero él me sujetó más fuerte. En el féretro estaba la abuela de Antonio, una señora que nunca conocí. Nadie decía nada, era una situación realmente silenciosa. Había sollozos que terminaban rápido. Lágrimas que rodaban por mejillas sin mayor alboroto.

—¿Qué tienes? —me preguntó Rodrigo haciendo que su voz rasgara el ambiente.

—Nada, sólo que veo que cuando se mueren los ancianos no hay tanta… ¿cómo llamarla? ¿Tristeza, dolor?

Él sonrió y me rodeó con su brazo.

—Queremos morir jóvenes —agregué —porque ser anciano es triste si las personas alrededor se desentienden de uno; quiero decir, qué tristeza ser viejo si eres una carga para todos, ¿no crees?

—Por eso moriremos jóvenes. —afirmó Rodrigo.

—Pero al mismo tiempo me gustaría morir anciana; ser una abuelita toda graciosa y ser velada en una situación parecida a ésta, con flores y nietos corriendo por el patio.

—No te entiendo. —respondió Rodrigo.

Vi cómo Antonio terminaba de poner el manteado, sudaba copiosamente. Más personas llegaron a dar el pésame.

—Vámonos. —pedí.

Rodrigo se puso de pie. Abrazamos nuevamente a Antonio, él nos sonrió y nos dio las gracias. Salimos a la calle, debajo de un sol fuerte.

—Mientras esperamos morir jóvenes o ancianos, ¿quieres jugar a pisar nuestras sombras? —soltó Rodrigo saltando hacia la mía.

Lo miré sorprendida y sentí quererlo más que nunca. Entonces nos fuimos felices a casa pisando todas las sombras del camino.

18 diciembre, 2011

Casa sola

Esa mañana no había nadie en casa de Sergio, salvo él. Su familia había salido desde temprano a un lugar desconocido donde seguramente se estarían divirtiendo bastante sin preocuparse del pobre Sergio que se había quedado dormido. Pero no le preocupó. Cuando estuvo seguro de que volverían hasta tarde tomó el teléfono y le marcó a Liliana, su novia.

—¿Quieres venir a mi casa?

—¿A qué?

—Pues… a conocerla.

—¿Para qué?

—No hay nadie.

—Ah… .—Esas últimas tres palabras le hicieron comprender la situación. —Llego en una hora. —Y colgaron.

A Sergio le inundó la emoción. Tenía seis meses con Liliana y eso de explorar sus cuerpos se les daba muy bien. Rápidamente escombró la sala, medio arregló la cocina, barrió el patio y hasta perfumó su habitación. Y en punto de las diez de la mañana sonó el timbre. Era Liliana. Estaba recién bañada y se había pintado los labios.

—Pasa. —Pidió torpemente Sergio algo embobado por la presencia de su novia.

Ella sonrió tímidamente. Entraron a la sala y se sentaron.

—Pues… esta es mi casa.

—Es muy agradable…

Sus corazones latían considerablemente rápido. Tanto les emocionaba estar juntos. Sergio tomó la mano de Liliana y ella sintió una fuerte descarga que le erizó los vellos de todo el cuerpo. Se levantó nerviosa y se acercó a las fotos familiares que reposaban en la mesita de centro.

—¡Qué bonito estabas!

—¿Estaba?

—Pues sí, ahora estás guapo…

Sergio se había acercado nuevamente a ella, la había tomado de la cintura y había comenzado a besarle la oreja. Ella se dejó llevar por un momento. Pero luego la invadió el miedo.

—Espera, ¿que tal si vuelve tu familia? ¿Qué dirán si me ven aquí?

—Pues te presento y ya. —Y Sergio volvió a lo suyo, besar el cuello de Liliana.

—No, espera, no estoy muy segura.

—Entonces vamos a mi cuarto y cerramos la puerta.

Acto seguido Sergio levantó a Liliana como si fuera una novia vestida de blanco y la llevó a la cama de la habitación. Sonrieron. Y comenzaron a besarse y tocarse todo lo posible. Sergio comenzó a quitarle la blusa y el sostén mientras posaba sus labios en los delicados senos. Liliana le acariciaba la cabeza e iba a comenzar a quitarle la playera cuando…

sonó el timbre.

Se quedaron estupefactos unos segundos oyendo en el silencio de la habitación sus propios latidos furiosos y confundidos. “No voy a abrir”, susurró Sergio besando cálidamente la boca de Liliana. “¿Y si son tus papás?”, murmuró la chica. “No, no son”. Nuevamente sonó el timbre. “No son ellos porque tienen llaves y no necesitan tocar”. Otra vez sonó el timbre. “¡Demonios!”, maldijo Sergio levantándose y medio acomodándose el cabello, “espera, no tardo”. Salió de la habitación. Liliana miró el techo e imaginó por un momento que eran los padres de su novio, ¿qué pasaría? Se vistió rápidamente y se sentó en la orilla de la cama mientras Sergio regresaba. El chico no tardó en volver.

—¡Maldición! —bufó al entrar.

—¿Qué pasa? ¿Quién es? —Liliana temblaba de los pies a la cabeza.

—Es el del cable, tiene como una semana que contratamos el cable para la televisión y se les ocurrió venir hoy a ponerlo.

—No inventes. —dijo Liliana entre aliviada y divertida.

—Perdóname, no contaba con esto. —se disculpó Sergio abrazando a su novia y dándole un beso en la frente.

—No te preocupes. —respondió ella cariñosamente acariciándole la espalda.

Sergio sintió las manos de su novia y la besó apasionadamente. Nuevamente, llevados por el deseo, se tiraron en la cama. Había un señor en la sala acomodando una antena para la televisión, pero ellos estaban en una habitación con la puerta cerrada y les parecía que no hacían ruido. Iban a comenzar de nuevo el despojo de las ropas cuando…

—¡Sergio! —lo llamó alguien desde la sala. Una voz de mujer.

—¡No mames! ¡Mi mamá! —Sergio se puso de pie rápidamente.

—¿Qué? Pero si dijiste que no iban a volver hasta tarde.

—Lo sé, lo sé, déjame ir a ver, no te muevas de aquí.

Liliana, aunque hubiera querido, no podía moverse. Estaba pálida y sentía que cualquier movimiento suyo se oiría hasta la calle. Eso hasta que oyó unos tacones que se dirigían a la habitación. “¡No!, debo esconderme”, pensó en su estado de miedo total. Con todo el cuerpo hormiguéandole de los nervios, se metió debajo de la cama. La puerta estaba a punto de abrirse cuando Sergio intervino:

—Ahí no están má, creo que se quedaron en tu cuarto.

Los tacones se desviaron y Liliana pudo respirar un poco.

—Ya íbamos más de la mitad del camino cuando tu padre se dio cuenta de que no los llevábamos, nada más fuimos a perder tiempo. —decía la madre.

—¿Entonces ahorita se van otra vez? —preguntó Sergio con un muy marcado tono esperanzador, Liliana sonrió.

—Sí, ayúdame a buscarlos, ¿no se habrán caído debajo de la cama?

Liliana se paralizó de nuevo. ¿Y si iban a buscar debajo de la cama de Sergio? Salió lo más rápido posible de su escondite, dio unas cuantas vueltas en la habitación muriéndose de nervios y de miedo. Los tacones se dirigieron de nuevo hacia ella. Vio el armario, le pareció el escondite perfecto. Entró temblando, ni siquiera podía mover bien los brazos. Esperaba encontrar ropa de hombre, pero vio que esa parte del armario estaba llena de abrigos de dama. “Son de ella”, pensó y quiso moverse, pero entonces la puerta se abrió.

—¿No que no estaban aquí, Sergio? —la madre tomó unos sobres del buró y volvió a salir. Liliana estaba que no se la creía. —Tráeme el abrigo beige, está haciendo mucho frío.

Sergio entró a su cuarto y cerró la puerta detrás de sí. “Liliana, ¿dónde estás?”, susurró. “Aquí”, respondió ella desde donde estaba el abrigo beige. “No manches, ¿por qué te metiste ahí? Pásame el abrigo, ya vengo”. Sergio salió con el abrigo y minutos después volvió. La madre ya se había ido.

—Ya sal de armario. —pidió con una sonrisa.

Liliana todavía temblaba. Se sentó en la cama, aún pálida. Sergio la miró risueñamente.

—Tuvimos suerte. —dijo para romper el silencio.

—Idiota. —Liliana comenzó a golpearlo.

Luego les ganó la risa. Una risa muy sonora e imparable. Se abrazaron.

—Debo irme. —dijo la chica al fin.

—Vamos.

Se tomaron de la mano y salieron de la casa. El señor del cable los miró, ceñudo. Pero ellos no se dieron cuenta, seguían riendo a lapsos y sus corazones aún no se tranquilizaban del todo.

10 diciembre, 2011

Comentario número mil

Nunca crees que vas a caer más de lo que ya has caído, pero sí es posible.

Y eso me sucedió.

Iba caminando por mi vida cual niña alegre en un campo de flores. Y luego todo se fue marchitando. Y cuando creí haberlo visto todo, resultó que no, que todavía faltaban más cosas. Así que fui observando pacientemente cómo se destruían mis estructuras mentales. No paraban los sucesos, no paraban las desilusiones, ¡no paraba nada! Me fui yendo hacia abajo, cada vez más y más y más y más. Hasta llegar a donde estoy.

Y luego abrí mi blog y descubrí que tenía 1001 comentarios.
Recordé que cuando decidí tenerlo, hace como dos años y medio, me dije que si llegaba al comentario número mil iba a mandar mi novela a una editorial. ¡Ha llegado ese comentario! Abrí la caja donde esa novela yace y la releí. Me sigue gustando tanto. Pero ahora tendré que reescribirla (porque esa caja, obvio, es mi cabeza). En octubre pasado, el veintisiete exactamente, perdí mi computadora. La olvidé en un salón y lo recordé cuatro horas después. Obvio ya no estaba y obvio ya no me la devolvieron. Esa es una de las razones de mi ausencia. La novela reescrita la mandaré a alguna editorial. No espero milagros, pero confío en la historia que narro.
Realmente siento que iniciaré desde cero muchas cosas. Y me alegro.

En fin, esta entrada es para darles la bienvenida a mi blog. Yo me llamo Gabriela, pero cuando tenía diez años me rebauticé como Abril. Ahora tengo veinte. Estudio Letras Clásicas en la UNAM. Me gusta escribir, aunque de algunos años para acá escribo realmente poco. Disfruto leer, cantar, bailar, escuchar música, comer, caminar, andar en bicicleta, ir al cine, estar con mi familia. Tengo muchos proyectos cuya fecha de cumplimiento se acerca y eso me emociona. Soy Abril y re-inauguro este blog. Bienvenidos sean todos. Visitaré sus páginas en la medida de lo posible (como son vacaciones seguro me paseo diario). 

Y tengo un bonito regalo para el número mil que, me complace decir, es Yeni :)
Pronto iré a Cuernavaca y te lo daré :)

¡Saludos a todos! ¡Y bienvenidos una vez más!

09 diciembre, 2011

Nudos

Un nudo de palabras está atorado en mi garganta. Ni me deja comer, ni me deja gritar, ni me deja siquiera que lo intente quitar. Y un nudo de ausencias oscila en mi cabeza y me hace llorar y me hace explotar y me hace olvidarme de que no hay soledad. Falta mencionar los nudos de recuerdos y los nudos de esperanzas. Y los de amores y odios. Y los de paz y guerra. Y hasta los nudos de las agujetas de mis zapatos. Es más, si ahora entraran a mi habitación sería difícil reconocer las formas: hay nudos de libros y nudos de ropa, nudos de fotos que no me atrevo a romper. Y las paredes son nudos y todo se vuelve una bola rara, muy rara, donde todo está revuelto y atorado y difícil de deshacer. Y sólo se ven mis ojos, brillando entre tanto nudo, mis pupilas agradecen no estar ennudadas porque así miran mejor el caos. Aunque, ahora, cuando todo es nudo siento que mis manos se doblan, mis pies, mi cabello, ¡el aire! Más cerca está todo, más doloroso. Más tiempo hecho bola me come. Y me enoja sentir que para tanto embrollo, para tanta cosa tan rara, presienta que lo único con poder de volver todo a su sitio eres tú. Aunque también podría funcionar la paciencia de desenredar amorosamente y con cuidado todos mis nuditos.