En Corazón de Tinta de Cornelia Funke hay una escena donde un escritor se encuentra cara a cara con el más terrible villano que él mismo creó. Al principio piensa que por ser su creador podrá doblegarlo, pero las características con las que lo dotó son tan poderosas en el mundo real que pronto entiende que no tiene ninguna oportunidad ante él. La creación ha superado a su creador. Entonces yo me puse a pensar en los villanos que he creado para mis historias, ¿cuál sería el más malvado de todos? ¿El niño amoroso que se convertiría a la maldad debido a la envidia y al rechazo? ¿O el hombre que debido a su ambición traiciona a todos sus seres queridos sin que ellos se den cuenta, pues aparenta ser todo honor y dulzura? ¿En verdad conozco tan bien a mis villanos? Esa sí que es una pregunta interesante.
Me imagino caminando un día por la calle y ver en un lujoso traje al Sr. Saburo, su porte elegante, su palabra amable, sostener una charla con él acerca de economía y progreso; pero, al mismo tiempo, saber que me evalúa, que comienza a trazar planes para deshacerse de mí, saber que pone atención en mis debilidades. Derrotarlo en la vida real sería un verdadero juego de ajedrez. Y como hace mucho que no lo practico, tal vez yo saldría perdiendo. O encontrarme a Ninfo, oculto siempre tras sus sombras, inaccesible, irascible, impenetrable. Él se mostraría cauteloso porque el saber que yo soy su creadora le parecería interesante, trataría de sacarme toda la información posible respecto a su historia. ¡Buscaría en esta realidad la puerta dimensional! Y seguro que la hallaría, pues lo único que no le di fue desánimo. No sé si temblaría de miedo estando frente a él, seguramente sí, pues tiene métodos extraños para proclamarse superior. La historia de Cornelia Funke me dejó pensando, el argumento de la novela defiende mi teoría: todos somos personajes, cada quien protagonizando su propia vida, su propio libro. ¿Soy el villano o el héroe? Porque, pienso, la valía del héroe radica en qué tan villano se puede ser y viceversa.