20 marzo, 2019

Me gustas como el helado


El otro día me di cuenta de que me gustas casi tanto como el helado. O, más bien, como el helado, a secas. Me gustas como el helado. Si de algo me jacto es que un helado puede durarme más de una hora, proeza por pocos alcanzada. Es más, ¿por qué un helado habría de durar tanto? El chiste es saborearlo e ir viendo cómo desaparece minutos después de tenerlo entre las manos. Conmigo no funciona así, lo saboreo muy despacio, tanto que quienes me acompañan ven con tristeza sus vasos vacíos mientras el mío sigue a rebosar. Oh, te apresuraste, 😞 y pongo esa carita de emoticón que dice también: Obviamente no te convidaré del mío. Lo curioso es que tampoco lo hago a propósito, sólo así resulta, que el helado me dura. A veces me dura tanto que prefiero guardarlo en el refrigerador para comérmelo después. A veces es el sol quien me lo quiere quitar y debo competir contra él, pero, oye, qué injusto es el sol, se pasa de lanza, él es un astro y yo sólo yo. Y mientras como helado pueden suceder muchas cosas:
  • La lluvia. Sucede la lluvia. Un día me compré un helado gigante de triple chocolate cuando comenzó a caer un aguacero. Por suerte, llevaba paraguas. Era la única persona caminando por esa avenida, sosteniendo el paraguas con una mano y en la otra el helado gigante. Cuando llegué a casa tenía los pies fríos y las manos frías y el helado a la mitad.
  • El antojo, sobre todo en días de calor. Otro día hacía muchísimo calor y tuve la fortuna de encontrar a una señora vendiendo nieve de guayaba. Me compré una, con miguelito y chamoy. Subí a la combi y de inmediato sentí las miradas sobre mí y sobre mi postre. Cual defensora de un bien invaluable, saboreé en silencio, casi sin que se notara. No permitiría que a nadie se le antojara tanto mi nieve como para conseguir que mi torpeza lo derramara. Luego de media hora llegué a mi destino y bajé triunfante. ¡Media hora saboreando un helado! Había librado una batalla contra el antojo de los demás, ¿estás de acuerdo? Esta historia tiene un final feliz: En la parada donde varios bajamos estaba un señor vendiendo raspados y, aunque no se comparan con la nieve de guayaba que yo disfrutaba, todos fueron a comprarle.
  • El llanto. Porque las lágrimas y el helado pocas veces van separados. Como aquella vez que tenía el corazón roto, me sentía miserable y comencé a vagar sin rumbo. Luego de mucho rato me topé con una heladería y compré el postre de consuelo. Me senté a llorar y saborear, a llorar el helado y saborear mi tristeza. Qué agradecida me siento con eso, en serio.
En fin, que me acordé del helado, de lo mucho que me gusta, al mismo tiempo que me acordaba de ti. Y no es casualidad, para nada. Es sólo que me gusta tanto y tú me gustas tanto. Y, bueno, supongo que has captado la idea.

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