Cuando los pensamientos se amontonan en la mente, no hay orden, no hay principio ni final, no hay cosas buenas ni malas, simplemente un cúmulo de sueños por cumplir, un destino idealizado, un pasado por olvidar. Cuando se cometen los errores menos esperados y la vida da un giro de 180 grados y cuando descubres que la vida después de todo es un instante… entonces, sólo entonces puede uno reflexionar, levantarse del asiento y decir: ESTOY VIVO.
Y todo esto Lulú no lo decía precisamente por haber sufrido, no es sano desear la muerte, pero mientras veía los monótonos anuncios de la televisión, el vómito de propaganda electoral, y las noticias siempre iguales, siempre tan malas, recordó la muerte de Juan Camilo Mouriño, no porque fuera una súper persona, ni porque le doliera su ausencia, sino porque cuando él murió los noticieros paralizaron los informes sobre el triunfo de Barack Obama.
Se acordó de la muerte de Juan Pablo Segundo, no porque fuera en lo más mínimo comparable a las demás muertes, sino porque todo el mundo le lloró, ya no se habla tanto del Papa como antes, el actual Benedicto XVI no tiene el carisma que caracterizaba a Juan Pablo II, y entonces Lulú piensa, ¿quién sigue en la lista de muertes paralizantes?
Todo le vino a la cabeza, tan sólo eran las diez de la mañana, ¿y si muere Calderón? ¿Qué pasaría si el presidente dejase de existir? Ya visualizaba los noticieros con notas alarmantes, pero ¿y si moría López Obrador? Ya veía las manifestaciones que se harían porque se consideraría asesinato y muerte a la libertad, ¿y si muere Barack Obama? No, sería de verdad algo alarmante en todo el mundo, ¿qué hacer si el Presidente que mata moscas en un instante falleciera?
A penas se cumplieron dos semanas de la muerte de los niños de Sonora, muertes que no se esperaron, que duelen mucho para quienes han seguido la historia de la noticia, que causan coraje por la presencia de la impunidad y la irresponsabilidad, también se habló del año que cumplió la muerte de los chicos del New’s Divine, caso que causa polémica, caso que hace recordar a Lulú las varias fiestas a las que ha asistido, donde hay demasiada gente y aun así ganas para bailar.
Por eso cuando Lulú escuchó que Michael Jackson había muerto, fue como un chiste, ya le había llegado al celular la noticia de que la actriz Farrah Fawcett había dado su último suspiro, el día anterior se habló de la muerte de Manuel Saval, y luego de muertes por atentados, por homicidios, por descuido, cientos y cientos de muertes, cientos y cientos de nombres que no se conocen y que sin embargo, han desaparecido.
Y Lulú se conmocionó, jamás supo el nombre completo de Michael Jackson, no tuvo ni siquiera conocimientos sobre su discografía o su vida personal, apenas en la mañana cuando despertó se enteró de que una vez fue casado con la hija de Elvis Presley, Lulú se extrañó demasiado porque ni siquiera hubo preámbulo para la muerte, ahí estaba su fallecimiento paralizante, la noticia que detenía los horarios y abrumaba a las personas con repeticiones constantes: Michael Jackson murió, falleció, estiró la pata, dejó 50 conciertos pendientes en Londres…
Pobre Lulú, ni siquiera era fan de Michael Jackson y se sentía triste, buscó en su reproductor musical todas las canciones que tenía del Rey del Pop, se sorprendió del número, solamente cuatro canciones: Thriller, Smooth Criminal, Beat it y Billy Jean. Se acordó de la tierna canción Ben, se acordó de su prima que bailó BAD en sus XV años, se acordó de su hermano cuando era más chico tratando de imitar el clásico pasito de Michael Jackson.
Y es porque ese señor que además de polémico era raro, contó con grandes privilegios, y así siente Lulú, sólo observando cómo siguen hablando sobre eso, explotándolo al máximo, rememorando sucesos inolvidables, así están las cosas, Jackson murió. Y Lulú sólo descubre que las muertes paralizantes existen, que nadie es eterno y así seamos blancos, negros, color chocolate, se sea americano, europeo o africano, se sea rico o pobre, inteligente o tonto, viejo, joven, se sea el Rey del Pop o el Presidente de algún país, o el vagabundo de la calle, todos terminaremos igual, la muerte arrea parejo, y Lulú se alegra de que ella por el momento continua con vida.
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