Había una vez un “nosotros” que fue desgastándose hasta convertirse en la historia más aburrida jamás contada por nadie. Te pusiste todo loco, lo recuerdo bien. Tenemos que hacer algo, decías, me niego a que nuestro final sea un cliché.
Te di la razón, así que arrojé todas tus cosas por la ventana. Sonreíste. Saliste corriendo a la calle y le decías a todo el que pasaba mientras recogías tus cosas: Mi esposa es una completa lunática, la adoro. Luego gritase: Hey, cariño, aviéntame también el traje caro, no queremos que nada mío quede ahí adentro. Lo lancé. Vea, le decías al que pasaba, es una lindura.
Luego ya no te dejé entrar y esperaste paciente, mientras ordenabas tus calcetines y leías algunos pasajes de algunos de tus libros, sentado en la banqueta. La vecina de enfrente te ofreció café, que aceptaste de buena gana. A las ocho te pusiste un abrigo. Diste monedas a los niños que te preguntaron por qué estabas afuera. Mi esposa es una mujer muy ocurrente, creyó que necesitaba vivir un tiempo fuera, dijiste y ellos se rieron.
Yo te miraba desde la ventana y cuando descubriste mis ojos curiosos me mandaste un beso. ¡Eso es muy cliché!,te grité metiéndome furiosa.
A medianoche tocaste la puerta. Te pedí que hablaras antes de que yo la abriera. No quiero que sea el final, dijiste con voz muy seria. Yo tampoco, admití.
Y te abrí la puerta y me abrazaste, metimos todas las cosas riendo como locos y luego… bueno, supongo que tuvimos nuestro cliché.
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