Es tarde. Tengo sueño. Pienso. He llorado últimamente. Me he enojado mucho también. Además, he identificado un pensamiento escurridizo que clava puñales cuando puede. Me he hartado del dolor que me causa, así que lo he arrinconado para desterrarlo de mi mente. Niño travieso. ¿Niño? Veo que es absurdo su comportamiento y lo que hace; sin embargo, cuánto éxito ha tenido dejando heridas por doquier. ¿Podemos hablar? Le digo. Me mira en silencio, me ignora. Su reacción me duele, me confirma que sabe lo que hace. Estoy cansada, no han sido días buenos. ¿Sabes qué? Haz lo que quieras. Dejo que corra de nuevo. El pensamiento suelta una risita y se esfuma, es veloz. No sé cuándo volveré a acorralarlo, no sé si sea capaz de desterrarlo algún día, ha vivido demasiado tiempo aquí, conoce este sitio mejor que muchos. Es tarde. Hoy sólo voy a curar las heridas recientes lo mejor que pueda, revisaré las que llevan más tiempo, contemplaré las cicatrices de aquellas cuando ese pensamiento nació. Luego me iré a dormir. El pensamiento se guardará a sí mismo en el huequito donde descansa. Hasta eso es un sitio bonito, cálido. Aquel pensamiento molesto, violento y escurridizo también tiene momentos de paz.
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