En este preciso momento tengo algo que se llama sentimientos incómodos. Es una mezcla de enojo, hartazgo, tristeza, estrés, cansancio. Un cóctel nada recomendable. No he podido removerlo de mi interior y, al contrario, entre más soy consciente de su existencia, más siento que se contamina, se extiende, se fortalece. Ni siquiera sé cómo empezó; quisiera no preocuparme mucho por eso, sólo aceptarlo y dejar que se disuelva, pero me incomoda. ¿Cuánto tiempo se puede guardar una combinación emocional de este tipo? En el pasado, los sentimientos incómodos me consumían, alteraban y daban miedo. Para desanudarlos, esclarecerlos, apaciguarlos me tomaba meses o hasta años. He tenido temporadas de mucha desatención hacia mí misma. Un mirar a otro lado, un no pasa nada, un seguro que luego me siento mejor. Sé que luego me sentiré mejor, pero mientras qué hago. Mientras, cómo me quito esto del pecho. ¿A quién le digo? Porque lo peor no es tener encima todo esto, lo peor es que me nublan, me empañan la vista, pienso que todo lo hago mal, que nadie me quiere, que todo da igual. Una parte de mí sabe que no es así, que me he esforzado y que he hecho un trabajo bonito. Pero es una voz dulce y suave que apenas tiene fuerza. Los sentimientos incómodos la atenazan, le sumen en el torbellino de afirmaciones espeluznantes. ¿Hacerlo bien? ¿Esforzarte? ¿Estás segura? Aquí la única verdad es que eres una basura, que te mientes a ti misma, que eres detestable y mereces quedarte sola.
Un cúmulo de sentimientos incómodos que quieren hacerme llorar y no me dejo. Pero tal vez debería dejarme. Tal vez el secreto está en dejar que me atraviesen aunque duela, aunque quemen. No moriré de eso, ¿o sí? De dejarme aplastar por mi propia mente. Argh, odio esto.
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